Aquí estoy de nuevo, sola en mi
habitación, con una luz tenue que anuncia el final del día, con unas ideas que
empiezan a despertar, algunas más rápidas que otras. Suaves melodías marcan el
paso de mis dedos por las teclas, que empieza vacilante y va ganando velocidad
conforme me introduzco en mi mundo interno, ese al que llego a parar cada vez
que escribo y que tan olvidado estaba… Aquí estoy de nuevo, como si el tiempo
no hubiera pasado, como si nada hubiera cambiado.
Pero el tiempo pasa y todo
cambia. Ni las melodías que me inspiran, ni los objetos de mi habitación, ni la
luz del día, ni siquiera yo y mis propias ideas somos las mismas.
Y sin embargo, en este momento de
mi vida donde mi mundo cambia de gravedad a cada minuto, donde aparecen más
preguntas que respuestas, donde encuentro bruma en un horizonte antes tan
claro, donde algunos de mis valores empiezan a ser relativos y mi mente que ya consideraba
abierta se abre aún más. Donde descubro que el hogar no es un país, una ciudad
o una casa, sino los brazos que te reciben convencidos cuando no sabes a dónde
ir. Donde descubro lo humana que soy, lo mucho que el corazón tiene que decir
en nuestras vidas, cuando lo racional queda en segundo plano y algo más
profundo y primario nos guía; y lo mucho que te dañas si lo ignoras. Donde aprendo
que ser humana significa también ser imperfecta y cometer fallos y los acepto y
vivo con ellos, aunque a veces emerjan de nuevo entre mis recuerdos para
ponerme a prueba. Donde descubro que ante un futuro incierto lo mejor que
puedes hacer es valorar cada minuto del presente y darle el significado que se
merece. Donde atesoro cada momento del pasado que me hizo sonreir y aprendo del
que me hizo llorar. Donde me encuentro en un punto y aparte de mi vida, en
medio de lugar alguno, no formando parte ni del pasado ni del futuro, bailando
en la rueda del presente, hipnotizada por sus vueltas, sus idas y venidas.
Es en este momento de mi vida
donde me siento a observar esa rueda y me doy cuenta que por mucho que haya
cambiado, me intuyo más yo que nunca.
Mentiría si dijera que me gusta
todo lo que intuyo, que todos mis errores están justificados, que mis
decisiones tienen mucha lógica y siempre son las más acertadas. Que soy
completamente honesta. Mentiría si dijera que el bien de cualquiera me importa
más que el mío. Al igual que si dijera que siempre tengo el mismo aplomo ante
los desafíos que el que dejo entrever.
Así soy yo, fuerte y débil, sabia
y tonta. Y no tengo miedo a ser yo, eso es lo importante y por ello doy
gracias.
Me valoro y sé que tengo muchas cosas buenas,
sé que puedo ser un gran apoyo, un gran entretenimiento o una gran cocinera.
Puedo llegar a ser una caja de sorpresas o un libro abierto. Puedo sentirme
cómoda tanto rodeada de gente como rodeada de árboles. Sé que también tengo
cosas malas, sé que puedo ser muy difícil, que exijo mucho si no estoy
satisfecha y que a veces ni yo me aguanto. Sé que pienso intensamente las cosas
pero que nunca me echo atrás ante una decisión. Sé que a veces soy tozudamente
valiente y que eso me ha causado tanto admiradores como enemigos.
La rueda sigue girando, la
aventura sigue su frenético rumbo y yo sigo aquí en medio, bailando sola en
medio de cada vez más gente, aunque a veces me maree o tropiece o pierda el
ritmo.
Por muy complicado que sea este
baile, este mundo, es solo mío, mi mundo: bello, irrefrenable, sin máscaras y
lleno de contrastes. Pero sigue siendo mío.
No lo cambiaría por nada.
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