jueves, 5 de junio de 2014

Como la niebla.



Os invito a seguir mi historia, o tal vez nuestra historia, la de él, la mía.

“Para el mago de las palabras, para el lobo del bosque, para aquel que cree y se equivoca al afirmar que únicamente soy yo la musa.”


Me costó un poco darme cuenta de que seguía con los ojos abiertos, o de que había conseguido abrirlos. Había soñado muchas, muchas cosas, tantas, que me parecía haber vivido casi un año entero de mi vida en ese sueño. No quise fijarme en nada de lo que veía a mi alrededor, ni en el mullido colchón blanco sobre el que descansaba, ni en las cortinas finas y ondeantes que me rodeaban y se movían como las olas impulsadas por el viento que entraba por el ventanal de una pequeña habitación de piedra, gélida y oscura como la noche que se escondía tras los cristales, con la escasa decoración que otorgaba una vieja silla de madera cuyo cojín de motivos arabescos aún conservaba el calor del hombre que hasta hacía poco yacía en ella. Ni siquiera reparé en la pequeña compañera que me observaba desde el otro lado de la almohada, aquella muñeca de porcelana, de expresión dulce y largos rizos morenos, cuyos ojos destilaban pura y genuina serenidad.

No, en ese momento no pude reparar en nada de aquello porque, aún manteniendo los ojos abiertos y clavados en los nudos de los tablones de madera que componían el techo, no podía sino luchar por permanecer en aquel sueño tan maravilloso en el que había estado sumida.

Aquel mundo onírico era todo él, cada esquina, cada árbol, cada máquina de pesados engranajes, cada águila y cada lobo que trotaba tras ella, cada pez y cada ola del mar,y cada tormenta arrolladora. Todo ello era él, aquel mago que me había cogido de la mano, que me había mirado a los ojos y había descubierto con asombro los mundos que yo misma había creado reflejados en mi propia mirada. A los dos nos fascinaba la magia, esa que se esconde en la propia mente, la que hace viajar a cualquiera a dimensiones imposibles para toda persona objetiva. Ambos compartíamos dicha magia, pero no de igual forma, de modo que él aprendió de mí a crear cosas bellas que conmovían a quien les diera una oportunidad, y yo aprendí de él dos cosas: la primera, que la magia no tenía límites, que siempre se podría crear algo; la segunda comprendí, con fascinación, que con él había creado el mundo más bello que podía crear y que, además, no tenía fin.

Fue así como decidí abandonarme a ese mundo propio que creía compartido, en el que lo veía, tras cada pequeño detalle, sin saber que en realidad él me esperaba fuera en la realidad, echando de menos esos mundos míos que amaba y que yo, dormida, no podía imaginar que necesitaba como el que necesita agua en el desierto. Tanto él, como aquellos que me habían abierto sus puertas para llenarles la vida de magia.

Conforme la niebla de la ensoñación se disipaba, intenté recordar el motivo de mi despertar. No podría haber encontrado un rastro de pesadilla en el lugar en el que antes me hallaba, debía de ser otra cosa. Lo único que me aventuraba a afirmar es que fuera otra persona la que había conseguido llegar hasta esa recóndita habitación para intentar despertarme.

De repente reparé en las pequeñas motas doradas y brillantes que flotaban en el ambiente, eso solo podía tratarse de magia, pero no cualquiera, la suya. Rápidamente me incorporé y me llevé la mano izquierda a los labios. Descubrí, con pavor, que parecían abrazados por esa calidez que solo yo podría conocer.


Fue entonces como si las palabras que escuché entre la niebla antes de despertar me apuñalaran el corazón y me congelaran el aire en los pulmones. Las recordé mientras permanecía inmóvil, con el cuerpo contraído, las manos agarrotadas y la mirada perdida:Lo siento, brujita, lo siento, pero si no puedo darte vida, deja que muera contigo”.


¿Quieres saber más? Sigue la historia en: "En el mar."

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