Finalmente, después de
todo un año, comienzan a contarse los días hasta el verano. Y con
él, por fin puedo retomar mis queridas entradas escritas a altas
horas de la noche, sentada en mi pequeño remanso de paz personal (mi
terraza), con música tranquila de fondo, mirando al cielo y
agradeciendo cada caricia de viento, como si la misma noche me
saludara desde la lejanía.
Las palabras que se
deslizan entre mis dedos mientras escribo durante estas veladas
siempre me arrancan una sonrisa porque no dejan de tener a mis ojos
ciertos retazos de magia, de penumbra, de intimidad... Poseen algo
que no posee cualquier entrada y, siendo franca, es necesario que le
atribuya el éxito de que despierten en mí tales sentimientos a
quien considero mi musa, mi segunda madre, mi inseparable amiga, mi
fiel compañera, ella, la Luna.
Todavía no dejo de
recriminarme a mi misma no haber descrito alguna vez el gran cariño
que le atribuyo y la sensación de reverencia que me embarga cuando
la miro. Sin embargo, más vale tarde que nunca y, de una forma u
otra, este es un más que buen momento para hablaros de ella, porque
esta noche es Luna llena. Teniendo en mente durante varias semana
escribir esta entrada y, aunque no iba a escribirla todavía, no
podía desperdiciar esta oportunidad para dedicarle estas palabras,
puesto que esta noche parece mirarme con su amplia sonrisa asomada
desde la infinidad del cielo.
Luna, tanto que decirte
sin saber por dónde empezar, tanta admiración que profesarte,
tantos fragmentos de mi vida que aparecen ante mis ojos cuando te
miro, estando siempre tú en el centro de todo.
Como esas veces en las
que ya desde pequeña te observaba a través de las ventanillas del
coche, viendo cómo me sonreías mientras parecías correr a lo largo
del cielo nocturno para que nunca pudiera perderte de vista; o esas
veces que estando en la playa, con personas eufóricas a mi
alrededor, me rodeabas con tu aura de paz, haciendo que cayera en tu
hechizo y no existiera nadie más, como todas y cada una de las
ocasiones en que me paraba irremediablemente a mirarte; también en
momentos en los que, ansiando tu resplandor, te veía arriba en el
cielo en un contorno difuso por culpa de mis lágrimas, y tu brillo
no hacía más que extenderse, como si realmente pudieras abrazarme y
hacer que te sintiera increíblemente cerca estando tan lejos.
Ya ves que me es
imposible no admirarte en cualquier forma que puedas presentarte: en
forma de sonrisa, escondida entre las nubes o rodeándote de ellas,
sola como en un pedestal del cielo de la ciudad o entre una fiesta de
estrellas, escondiéndote en el mar cual barco de vela, retando a la
luz del sol alguna que otra mañana, o - como más me gustas- enorme,
como hoy, cuando haces tu entrada inaugural en una nueva noche de
Luna llena.
Es debido a todo esto que
a veces se me olvida que a ojos de la mayoría eres solo una roca sin
vida flotando a nuestro alrededor, capaz de influir, tal vez, en las
mareas. Personalmente, creo fervientemente que algo más debes
esconder para que levantes tantas pasiones y para que hasta los
animales te quieran y te llamen en la distancia; igual que el hecho
de que has sido capaz de centrar todas mis palabras en ti sin
siquiera percatarme de ello.
No hay más que escribir,
me despido de todos y me quedo con ella, para continuar todo lo que
me queda por contarle, para imaginar su respuesta y para perdernos en
esta noche, entre tenues ráfagas, elegantes nubes y pequeñas
estrellas.
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