La voz del mago seguía haciendo eco en
mi corazón aún pasados unos minutos en los que permanecí inmóvil
y estupefacta mientras intentaba inútilmente pensar con claridad,
como si sus palabras retumbaran en las paredes de una cueva que era
mi corazón y, como tal, parecía vacío y frío, pero latiendo.
Fue entonces cuando reparé en la
humilde habitación en la que me encontraba, la cama, las finas
cortinas blancas a mi alrededor, la silla con ese cojín tan
peculiar, la ventana ojival recortada entre irregulares bloques de
piedra, abierta de par en par, dejando pasar el frío gélido de una
noche oscura y sin luna que la velara.
Decidida, me dispuse a ponerme de pie y
cerrar la ventana pero sin embargo, al incorporarme, mis manos
tropezaron con algo sólido y consistente cerca de la almohada. Dos
tenues destellos provenientes de él ayudaron a mis ojos a adaptarse
por completo a la oscuridad que me envolvía como una gruesa manta,
no tuve que tantear demasiado aquel objeto para comprender de qué se
trataba... o de quién: era mi muñeca de porcelana quien, a pesar de
parecer sólo una muñeca, estaba completamente convencida de que
tras su mirada se escondía algo más, un alma, una vida, una luz
especial que percibía de forma evidente tras sus ojos de cristal
marrón. Me era imposible referirme a ella como otra cosa que no
fuera una persona. Ella, tan frágil por fuera, pero cuya mirada
dejaba entrever una voluntad de hierro, un amor puro, una serenidad
envolvente... Siempre había sido mi talismán, incluso dentro de mi
sueño, en el que por fin había conseguido que recobrara la vida que
tanto había deseado que tuviera. La simple acción de mirarla y
acariciar sus rizos morenos y su cara exótica me ayudaba a
enfrentar cualquier cosa. Así que hice eso mismo, la acuné entre
mis brazos y la miré directamente a los ojos sin sentirme capaz de
contener unas lágrimas que albergaban sentimientos tan dispares que
pasaban desde el alivio que me producía encontrarla allí,
esperándome, hasta la más profunda impotencia por no saber qué
hacer si de verdad él no seguía en aquel mundo.
Entre lágrimas, miré a la muñeca,
suplicándole una ayuda, una respuesta que ni siquiera estaba segura
que pudiera darme. El silencio se volvió aún más denso y, para mi
sorpresa, lo hizo. Por un instante creí vislumbrar un atisbo de la
vida que en mis sueños le había dado, y lo siguiente que alcanzo a recordar es que mis lágrimas ya no querían salir, que apretaba la muñeca con fuerza
y que por fin caía en la cuenta de algo tan obvio que aún me sorprendo de
no haberlo comprendido antes. Él
no puede, no sabe, dejar de vivir, y tanto menos dejar de utilizar su
magia. Por mucho que luche contra ello, ni la más fatídica de las
situaciones podría hacer que un mago como él deje de utilizar su gran don para la magia. Sin
embargo, conocía muy bien a dónde se dirigiría, al único lugar
que para él no es
vida, allí donde empezó todo.
Comprendí que aún
no estaba todo perdido y que sólo tenía que buscarlo, que en su
huida del mundo que le daba la vida habría muchos que habrían
querido frenarle o, al menos, querrían ayudarme a hacer que
volviera.
Ahora sí, me puse
de pie y me acerqué a la ventana, pero no la cerré. El viento de la
noche, que arrastraba el olor del mar y las rocas, giraba en torno a
mí, como atrayéndome al exterior mientras despeinaba mis rizos oscuros y los de la muñeca, quien permanecía entre mis brazos. La oscuridad cedía
paso al amanecer y pude comprobar que, en efecto, la torre estaba en
medio del océano y que a lo lejos podía averiguarse su fin
recortado en la silueta de un acantilado que se me antojaba familiar.
Dejé a mi querida muñeca en el
alféizar de la ventana y le di un beso de despedida en la frente.
Hice lo que sentía que debía hacer.
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