jueves, 19 de junio de 2014

Bella.



Salté con los brazos extendidos, mientras el viento enredaba mis piernas entre los pliegues de la suave tela blanca del vestido que cubría mi cuerpo, en el que hasta aquel momento no había reparado porque, a pesar de la calma transmitida por mi pequeña muñeca de porcelana, mi mente no había cesado de mantenerse en ebullición- en un tumulto de pensamientos tanto tristes como esperanzados. Pero en aquel instante, cuando me encontraba a media distancia entre la ventana de piedra y las rocas que las olas engullían de forma incesante, deduje en medio segundo que debía mantenerme con vida antes siquiera de empezar a buscar al mago, y el hecho de estar cayendo hacia las rocas no iba a ayudarme a conseguirlo, de igual forma, tampoco me supondría una gran ayuda imaginar fatídicos finales en los no conseguía llegar a él a tiempo.

Si todo esto lo pensé en tan pequeño espacio de tiempo, aún necesité otro medio segundo más para dudar si mi poder, aparentemente solo existente en mis sueños durante el tiempo que permanecí dormida, podría ayudarme en aquella ocasión. Esperando que así fuera, no necesité mucho más para cerrar los ojos con fuerza y acercar mis brazos a ambos lados de mi cuerpo,colocándome como un pájaro que cae en picado y rezando por encontrar un conjuro que ni siquiera sabía si existiría fuera de mi mundo onírico.

Aunque llegué a sentir cómo algunas gotas de agua salada se alojaban en mis mejillas, las rocas no llegaron a rozarme y, con una sonrisa de alivio propia de alguien que se vuelve a reencontrar con su mejor juguete de la infancia, extendí mis brazos cuales alas y floté en horizontal sobre el agua, la brisa marina me apartó el cabello de los ojos y observé con regocijo que poco a poco me acercaba al acantilado.

Conforme el cielo comenzaba a teñirse de colores malvas y anaranjados, comprendí que todavía iba a necesitar de mucha paciencia para alcanzarlo ya que, cual niño que empieza a andar, mi magia aún se tambaleaba, haciéndome avanzar con suave parsimonia. Nada más lejos que dejarme llevar por la preocupación, decidí disfrutar del mar, porque en lo más profundo de mi ser sabía que él no me perdonaría no maravillarme ante tal majestuosidad. La mar estaba en calma, tanto, que en ella se reflejaba el mundo como un espejo. Era capaz de verme a mí misma flotando en el cielo con total claridad, como si realmente lo que hubiera bajo mis pies no fuese agua, sino el paraíso.

Lo sentí en ese mar de una forma tan palpable que la sensación incluso consiguió turbarme, la belleza que mostraba en su reflejo, unida a la aún mayor que se encontraba en su interior, donde miles de corrientes y peces de todo tipo se movían en confusión y, pese a aquello, de forma acompasada, en una sensación de calma envidiable que, de vez en cuando, se tornaba en tempestad. Un mar en cuyas profundidades me encantaría sumergirme sin prisas, teniendo toda la vida por delante. Fue entonces cuando entendí porqué le gustaba tanto.

Como si mis pensamientos se hubieran materializado, un movimiento a lo lejos interrumpió mi reflexión. Por un momento me pareció estar mirando la mismísima capa marrón del mago pero, cuando giré la cabeza, me percaté de que solo se trataba de un pájaro, uno muy grande, y cada vez se acercaba más.

Descubrí con regocijo que no era un pájaro cualquiera, era un águila o mejor dicho, mi águila. Graznó de alegría mientras pululaba a mi alrededor. Ella, al igual que la muñeca, era otra parte de mi alma. En mis sueños habíamos conseguido incluso ser el mismo ser, como a él le gustaba, de la misma forma en la que tan a menudo le gustaba imaginarnos.


Mi felicidad se esfumó con el primer relámpago que emergió de nubes de un color tan oscuro como irreal. El águila había erizado sus plumas, mirando fijamente a la tormenta. Sabía más que de sobra que hacía mucho que al águila habían dejado de gustarle las tormentas, al igual que a mí.

¿Quieres saber más? Sigue la historia en: "Triste"


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