Salté con los brazos extendidos,
mientras el viento enredaba mis piernas entre los pliegues de la
suave tela blanca del vestido que cubría mi cuerpo, en el que hasta
aquel momento no había reparado porque, a pesar de la calma
transmitida por mi pequeña muñeca de porcelana, mi mente no había
cesado de mantenerse en ebullición- en un tumulto de pensamientos
tanto tristes como esperanzados. Pero en aquel instante, cuando me
encontraba a media distancia entre la ventana de piedra y las rocas
que las olas engullían de forma incesante, deduje en medio segundo
que debía mantenerme con vida antes siquiera de empezar a buscar al
mago, y el hecho de estar cayendo hacia las rocas no iba a ayudarme a
conseguirlo, de igual forma, tampoco me supondría una gran ayuda
imaginar fatídicos finales en los no conseguía llegar a él a
tiempo.
Si todo esto lo pensé en tan pequeño
espacio de tiempo, aún necesité otro medio segundo más para dudar
si mi poder, aparentemente solo existente en mis sueños durante el
tiempo que permanecí dormida, podría ayudarme en aquella ocasión.
Esperando que así fuera, no necesité mucho más para cerrar los
ojos con fuerza y acercar mis brazos a ambos lados de mi
cuerpo,colocándome como un pájaro que cae en picado y rezando por
encontrar un conjuro que ni siquiera sabía si existiría fuera de mi
mundo onírico.
Aunque llegué a sentir cómo algunas
gotas de agua salada se alojaban en mis mejillas, las rocas no
llegaron a rozarme y, con una sonrisa de alivio propia de alguien que
se vuelve a reencontrar con su mejor juguete de la infancia, extendí
mis brazos cuales alas y floté en horizontal sobre el agua, la brisa
marina me apartó el cabello de los ojos y observé con regocijo que
poco a poco me acercaba al acantilado.
Conforme el cielo comenzaba a teñirse
de colores malvas y anaranjados, comprendí que todavía iba a
necesitar de mucha paciencia para alcanzarlo ya que, cual niño que
empieza a andar, mi magia aún se tambaleaba, haciéndome avanzar con
suave parsimonia. Nada más lejos que dejarme llevar por la
preocupación, decidí disfrutar del mar, porque en lo más profundo
de mi ser sabía que él no me perdonaría no maravillarme
ante tal majestuosidad. La mar estaba en calma, tanto, que en ella se
reflejaba el mundo como un espejo. Era capaz de verme a mí misma
flotando en el cielo con total claridad, como si realmente lo que
hubiera bajo mis pies no fuese agua, sino el paraíso.
Lo sentí en ese mar de una forma tan
palpable que la sensación incluso consiguió turbarme, la belleza
que mostraba en su reflejo, unida a la aún mayor que se encontraba
en su interior, donde miles de corrientes y peces de todo tipo se
movían en confusión y, pese a aquello, de forma acompasada, en una
sensación de calma envidiable que, de vez en cuando, se tornaba en
tempestad. Un mar en cuyas profundidades me encantaría sumergirme
sin prisas, teniendo toda la vida por delante. Fue entonces cuando
entendí porqué le gustaba tanto.
Como si mis pensamientos se hubieran
materializado, un movimiento a lo lejos interrumpió mi reflexión.
Por un momento me pareció estar mirando la mismísima capa marrón
del mago pero, cuando giré la cabeza, me percaté de que solo se
trataba de un pájaro, uno muy grande, y cada vez se acercaba más.
Descubrí con regocijo que no era un
pájaro cualquiera, era un águila o mejor dicho, mi águila. Graznó
de alegría mientras pululaba a mi alrededor. Ella, al igual que la
muñeca, era otra parte de mi alma. En mis sueños habíamos
conseguido incluso ser el mismo ser, como a él le gustaba, de
la misma forma en la que tan a menudo le gustaba imaginarnos.
Mi felicidad se esfumó con el primer
relámpago que emergió de nubes de un color tan oscuro como irreal.
El águila había erizado sus plumas, mirando fijamente a la
tormenta. Sabía más que de sobra que hacía mucho que al águila
habían dejado de gustarle las tormentas, al igual que a mí.
¿Quieres saber más? Sigue la historia en: "Triste"
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