domingo, 28 de diciembre de 2014

Volví.


=> "A ti."

Mientras mi querido amigo el muñeco de esparto se encargaba de escribir con parsimonia aquella frase inolvidable que por fin me ayudaría a llegar hasta el mago, no podía dejar de observar con curiosidad mi pequeña caja de música. Por cada vuelta que daba entre mis manos, me preguntaba si aún podría guardarme otra nueva sorpresa y a la vez no podía darle sentido a cómo llegó tan extraño objeto a las manos de aquel viejo buhonero, y más aún, cómo supo adivinar que yo debía ser su nueva dueña. Sea como fuere, preferí no pensar demasiado en ello porque, puestos a dudar, realmente todo aquello carecía de algún sentido aparte de aquel que yo decidí darle en cuanto me desperté de aquel sueño sin fondo, en mi torre en el mar, junto a la muñeca que tan pacientemente esperaba mi regreso.


- ¡Listo!- gritó con júbilo el muñeco de esparto, alejándome así de mis derroteros, con un brillo en sus ojos abotonados que creí que nunca volvería a ver. Tendiéndome el trozo de papel, prosiguió- Guárdalo bien e intenta llegar cuanto antes hasta el mago...- aquel brillo volvió a apagarse- Si se aleja demasiado no habrá vuelta atrás.

Solo necesité leer una sola vez aquella frase con tan variopinta caligrafía para saber con certeza hacia dónde debía dirigir mi destino, y hasta dónde me había llevado este. Con la voz rota por la emoción, susurré un casi inaudible “Gracias” mientras me inclinaba para besar la cabecita de aquel pequeño ser que tanto me recordaba a la propia alma del mago.

Al fin y al cabo, pensé sorprendiéndome incluso yo misma, todos éramos una parte de él. La cajita, por fin completa, contenía el último hálito de su magia, tan antigua como el tiempo, tan brillante como su resplandeciente gema y como la misma estrella que vivía en el interior del mago. Así como el buhonero que me la regaló, con ese conocimiento de mí misma que ni yo alcanzo a entender. O mi amigo de esparto, que tan bien conseguía reflejar su alma, tan viva, tan frágil pero tan inmensamente maravillosa. Comprendí que el mago nunca se había separado de mi lado, o al menos su magia, que parecía haber cobrado vida sin su consentimiento.

No podía olvidarme de mi fiel lobo blanco, cuyo afán por tenderme su ayuda cuando más lo necesitaba era comparable a ese ferviente anhelo de permanecer junto a mí que el mago tan bien había escondido a mis ojos.
Mientras atravesaba la grieta que conducía al exterior de la vieja fábrica, comprendí que había un elemento de mi aventura que necesitaba más que nunca, y como si hubiera sentido mi llamada, este apareció gracilmente ante mi. El águila sobrevoló mi cabeza y rápidamente se posó en mi brazo extendido. Ella no era parte del mago, era la parte de mí que nunca se había alejado de él. Y yo... tal vez yo fuera su esperanza.

Cerrando los ojos, posé mi cabeza en la del águila. Cuando volví a abrirlos, mis brazos eran alas extendidas que se deslizaban por el aire de la noche como acariciando la seda. Batí mis alas con fuerza, recordando aquel claro en el bosque donde vi al lobo por primera vez, enamorándome incluso sin saber que era el mago.

Me dejé arrastrar por aquellos sentimientos hasta que al fin comencé a divisar los tejados de la ciudad. Me posé en uno de ellos, frente a la ventana de su habitación, en la que entré con el mismo sigilo de los primeros rayos del amanecer que despuntaban en el cielo.

Conteniendo incluso la respiración, lo observé tendido en su cama, sumido en un mal sueño, completamente rígido y con una oscuridad antinatural envolviendo la habitación, de la que apenas se podían distinguir sus muebles.

Lo llamé, lo zarandeé suavemente, luego cada vez con mas fuerza, sin cambio alguno. Sentí cómo una garra helada oprimía mi corazón y las lágrimas me enturbiaron la vista.

Me senté en el filo de su cama y apoyé la cabeza en su pecho pero, antes de darlo todo por perdido, abrí la caja de música y la dejé en el suelo sin separarme ni un milímetro de él. Una dulce melodía inundó la cada vez más densa oscuridad y entonces, aunque mis lágrimas me impedían leer las letras del trozo de papel que llevaba conmigo, no lo necesité, pues sus palabras eran inolvidables:

-Como la niebla en el mar, bella y triste, te sentí.... Solo un susurro, muy cerca y a ti... volví.

En aquel instante la música cesó y yo temí lo peor, mientras mis manos se aferraban con fuerza a la ropa del mago.

Sentí de repente cómo una mano me acariciaba los desordenados rizos.

-Sabía que volverías, brujita.- susurró.

Levanté poco a poco la cabeza y observé aquellos dulces ojos verdes, sin poder pronunciar palabra. Sin embargo no pareció importarle porque entonces sonrió, y amaneció de golpe, llenando de una luz cegadora la modesta habitación.


Ni siquiera lo noté, solo podía pensar en lo mucho que había echado de menos los labios que ahora me besaban.

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