=> "A ti."
Mientras mi querido amigo
el muñeco de esparto se encargaba de escribir con parsimonia aquella
frase inolvidable que por fin
me ayudaría a llegar hasta el mago, no podía dejar de observar con
curiosidad mi pequeña caja de música. Por cada vuelta que daba
entre mis manos, me preguntaba si aún podría guardarme otra nueva
sorpresa y a la vez no podía darle sentido a cómo llegó tan
extraño objeto a las manos de aquel viejo buhonero, y más aún,
cómo supo adivinar que yo debía ser su nueva dueña. Sea como
fuere, preferí no pensar demasiado en ello porque, puestos a dudar,
realmente todo aquello carecía de algún sentido aparte de aquel que
yo decidí darle en cuanto me desperté de aquel sueño sin fondo, en
mi torre en el mar, junto a la muñeca que tan pacientemente esperaba
mi regreso.
-
¡Listo!- gritó con júbilo el muñeco de esparto, alejándome así
de mis derroteros, con un brillo en sus ojos abotonados que creí que
nunca volvería a ver. Tendiéndome el trozo de papel, prosiguió-
Guárdalo bien e intenta llegar cuanto antes hasta el mago...- aquel
brillo volvió a apagarse- Si se aleja demasiado no habrá vuelta
atrás.
Solo
necesité leer una sola vez aquella frase con tan variopinta
caligrafía para saber con certeza hacia dónde debía dirigir mi
destino, y hasta dónde me había llevado este. Con la voz rota por
la emoción, susurré un casi inaudible “Gracias” mientras me
inclinaba para besar la cabecita de aquel pequeño ser que tanto me
recordaba a la propia alma del mago.
Al
fin y al cabo, pensé sorprendiéndome incluso yo misma, todos éramos
una parte de él. La
cajita, por fin completa, contenía el último hálito de su magia,
tan antigua como el tiempo, tan brillante como su resplandeciente
gema y como la misma estrella que vivía en el interior del mago. Así
como el buhonero que me la regaló, con ese conocimiento de mí misma
que ni yo alcanzo a entender. O mi amigo de esparto, que tan bien
conseguía reflejar su
alma, tan viva, tan frágil pero tan inmensamente maravillosa.
Comprendí que el mago nunca se había separado de mi lado, o al
menos su magia, que parecía haber cobrado vida sin su
consentimiento.
No
podía olvidarme de mi fiel lobo blanco, cuyo afán por tenderme su
ayuda cuando más lo necesitaba era comparable a ese ferviente anhelo
de permanecer junto a mí que el mago tan bien había escondido a mis
ojos.
Mientras
atravesaba la grieta que conducía al exterior de la vieja fábrica,
comprendí que había un elemento de mi aventura que necesitaba más
que nunca, y como si hubiera sentido mi llamada, este apareció
gracilmente ante mi. El águila sobrevoló mi cabeza y rápidamente
se posó en mi brazo extendido. Ella no era parte del mago, era la
parte de mí que nunca se había alejado de él.
Y yo... tal vez yo fuera su esperanza.
Cerrando
los ojos, posé mi cabeza en la del águila. Cuando volví a
abrirlos, mis brazos eran alas extendidas que se deslizaban por el
aire de la noche como acariciando la seda. Batí mis alas con fuerza,
recordando aquel claro en el bosque donde vi al lobo por primera vez,
enamorándome incluso sin saber que era el mago.
Me
dejé arrastrar por aquellos sentimientos hasta que al fin comencé a
divisar los tejados de la ciudad. Me posé en uno de ellos, frente a
la ventana de su habitación, en la que entré con el mismo sigilo de
los primeros rayos del amanecer que despuntaban en el cielo.
Conteniendo
incluso la respiración, lo observé tendido en su cama, sumido en un
mal sueño, completamente rígido y con una oscuridad antinatural
envolviendo la habitación, de la que apenas se podían distinguir
sus muebles.
Lo
llamé, lo zarandeé suavemente, luego cada vez con mas fuerza, sin
cambio alguno. Sentí cómo una garra helada oprimía mi corazón y
las lágrimas me enturbiaron la vista.
Me
senté en el filo de su cama y apoyé la cabeza en su pecho pero,
antes de darlo todo por perdido, abrí la caja de música y la dejé
en el suelo sin separarme ni un milímetro de él. Una dulce melodía
inundó la cada vez más densa oscuridad y entonces, aunque mis
lágrimas me impedían leer las letras del trozo de papel que llevaba
conmigo, no lo necesité, pues sus palabras eran inolvidables:
-Como
la niebla en el mar, bella y triste, te sentí.... Solo un susurro,
muy cerca y a ti... volví.
En
aquel instante la música cesó y yo temí lo peor, mientras mis
manos se aferraban con fuerza a la ropa del mago.
Sentí
de repente cómo una mano me acariciaba los desordenados rizos.
-Sabía
que volverías, brujita.-
susurró.
Levanté
poco a poco la cabeza y observé aquellos dulces ojos verdes, sin
poder pronunciar palabra. Sin embargo no pareció importarle porque
entonces sonrió, y amaneció de golpe, llenando de una luz cegadora
la modesta habitación.
Ni
siquiera lo noté, solo podía pensar en lo mucho que había echado
de menos los labios que ahora me besaban.
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ResponderEliminarOh, qué historia mås bonita. Muy bella.
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