Me había olvidado por completo de la
existencia de aquel pequeño muñeco de esparto. Aquel que antaño
lucía siempre una sonrisa, aquel cuya alma resplandecía más que el
Sol, el ser más optimista que en mi vida hubo sobre la faz de la
Tierra; ahora intentaba protegerse inútilmente de mí entre unas
temblorosas manos de trapo, inmensamente distinto tras mi ausencia.
-Eh, soy yo ¿No me recuerdas? Vamos,
no voy a hacerte daño.- susurré con la voz más suave que pude,
temiendo que una sola nota discordante lo rompiera en pedazos.
Lentamente, relajó sus brazos,
mientras un atisbo de comprensión aparecía en los botones que tenía
por ojos. Apenas pude reaccionar cuando de improviso se precipitó
hacia una de mis rodillas, ancladas al suelo. Agarró la tela de mi
vestido y comenzó a hablarme rápidamente entre sollozos:
-Lo siento... lo siento mucho... mucho.
No puedo seguir, deja que me esconda aquí, solo soy un trozo de tela
inútil. No puedo... lo siento.
-¿Qué?- susurré atónita- ¿Qué te
pasa? ¿Qué es eso que no puedes hacer?
-No puedo continuar con la misión que
el mago me encomendó, ya no alegro a nadie, no sirvo para nada. La
tristeza inunda el corazón del mago, y por tanto el mío, sin su
magia no soy nada.- sus palabras me conmovieron profundamente.
-Eso no es cierto- mis ojos miraban al
infinito pero mi cabeza trabajaba a toda velocidad- Sí sirves para
algo, puedes ayudarme a mí. Aún no sé cómo pero llegaré hasta el
mago y por fin acabará todo esto, yo dejaré de correr y tú
volverás a iluminar el corazón de la gente...- entonces recordé
algo sumamente importante:- Tal vez algún muñeco de esparto pueda
ayudarme a iluminar el del mago, quizás con una frase...- había
conseguido captar toda su atención, me miraba desde abajo, absorto
en mis palabras y aún agarrado a mi vestido, dí las gracias por no
haber olvidado cómo tratar con su mente inocente, pronuncié la
palabra que definitivamente activaría su engranaje-... una frase
inolvidable.
Para mi sorpresa, lo único que hizo fue
acercarse a la mano con la que aún sujetaba la cajita de música, la
cual abrió y comenzó a examinar de forma exhaustiva. De repente,
exclamó:
-¡Eso es!
Y comenzó a alejarse de mí, corriendo
entre las máquinas de la vieja fábrica, sorteando tornillos y hojas
secas esparcidos por el suelo. Al fin y al cabo, mi persuasión sirvió para algo. Tomé la cada vez más extraña cajita
y lo seguí, no sin esfuerzo, perdiéndolo de vista cada vez que
giraba una esquina, hasta llegar a un pequeño recoveco lleno de
cachivaches entre los que ahora rebuscaba. Aquel sitio parecía ser
su nuevo hogar.
Volvió hacia mí con una gema verde,
tan pesada para él que apenas podía arrastrarla.
-¿Porqué no me habías dicho que
tenías mi caja de música? El mago la conjuró para comunicarse
conmigo, pero sin la gema es inservible.-colocó dentro la piedra
preciosa y cerró la caja.
-No... no lo sabía.- no pude
pronunciar una palabra más, pues de entre los bordes de la caja de
música comenzó a emanar una luz verde tan brillante que al poco
tiempo mi vista de cegó.
Al abrir los ojos casi me dio un vuelco
el corazón. Allí estaba él, plantado en medio de una triste
terraza de ciudad, perdido en pensamientos tan oscuros como las nubes
que se cernían sobre nosotros. Quise acercarme, pero una mano de
trapo volvió a agarrarme del vestido.
-No nos ve, está alejando la magia de
su vida, cada vez con más fuerza.- dijo tristemente sin apartar la
vista del mago.
No podía verlo así, sin saber que
estoy viva y despierta, y no hacer nada. Si yo no lo protegía de él
mismo, nadie lo haría.
-Tal vez no me vea a mí, pero mi magia
la verá.-cerrando los ojos, hice aparecer una mariposa, y luego
otra... y otra...
Entonces, como el agua cansada de ser
contenida, mi magia se desbordó, salió de mí casi de manera
instintiva. La lancé con tanta fuerza que hasta mi alma pareció
irse con ella. Miles de mariposas de distintas formas y colores
envolvieron al mago. En todas ellas le susurraba una sola idea: que
confiara en mí.
Con una lágrima resbalando por mi
mejilla, abrí los ojos y me encontré de nuevo entre máquinas
desvencijadas. El pequeño muñeco de esparto sostenía una minúscula
mina de lápiz y un trozo de papel ante mí.
-Ya sabes dónde encontrarlo, solo
falta mi frase inolvidable y
volverá a ser el mismo... pero ¿y si no soy capaz? Tengo miedo de
que...
Lo
corté rápidamente:
-Ni
siquiera termines la frase, tu fuiste quien dijo que los cobardes
nunca ganan y que hay que ganar esta batalla.
Con un
suspiro, bajó los botones hacia el papel... solo necesitó unos
segundos para posar la mina y comenzar a escribir.
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