martes, 11 de noviembre de 2014

A ti.

Me había olvidado por completo de la existencia de aquel pequeño muñeco de esparto. Aquel que antaño lucía siempre una sonrisa, aquel cuya alma resplandecía más que el Sol, el ser más optimista que en mi vida hubo sobre la faz de la Tierra; ahora intentaba protegerse inútilmente de mí entre unas temblorosas manos de trapo, inmensamente distinto tras mi ausencia.
-Eh, soy yo ¿No me recuerdas? Vamos, no voy a hacerte daño.- susurré con la voz más suave que pude, temiendo que una sola nota discordante lo rompiera en pedazos.

Lentamente, relajó sus brazos, mientras un atisbo de comprensión aparecía en los botones que tenía por ojos. Apenas pude reaccionar cuando de improviso se precipitó hacia una de mis rodillas, ancladas al suelo. Agarró la tela de mi vestido y comenzó a hablarme rápidamente entre sollozos:
-Lo siento... lo siento mucho... mucho. No puedo seguir, deja que me esconda aquí, solo soy un trozo de tela inútil. No puedo... lo siento.
-¿Qué?- susurré atónita- ¿Qué te pasa? ¿Qué es eso que no puedes hacer?
-No puedo continuar con la misión que el mago me encomendó, ya no alegro a nadie, no sirvo para nada. La tristeza inunda el corazón del mago, y por tanto el mío, sin su magia no soy nada.- sus palabras me conmovieron profundamente.
-Eso no es cierto- mis ojos miraban al infinito pero mi cabeza trabajaba a toda velocidad- Sí sirves para algo, puedes ayudarme a mí. Aún no sé cómo pero llegaré hasta el mago y por fin acabará todo esto, yo dejaré de correr y tú volverás a iluminar el corazón de la gente...- entonces recordé algo sumamente importante:- Tal vez algún muñeco de esparto pueda ayudarme a iluminar el del mago, quizás con una frase...- había conseguido captar toda su atención, me miraba desde abajo, absorto en mis palabras y aún agarrado a mi vestido, dí las gracias por no haber olvidado cómo tratar con su mente inocente, pronuncié la palabra que definitivamente activaría su engranaje-... una frase inolvidable.

Para mi sorpresa, lo único que hizo fue acercarse a la mano con la que aún sujetaba la cajita de música, la cual abrió y comenzó a examinar de forma exhaustiva. De repente, exclamó:
-¡Eso es!

Y comenzó a alejarse de mí, corriendo entre las máquinas de la vieja fábrica, sorteando tornillos y hojas secas esparcidos por el suelo. Al fin y al cabo, mi persuasión sirvió para algo. Tomé la cada vez más extraña cajita y lo seguí, no sin esfuerzo, perdiéndolo de vista cada vez que giraba una esquina, hasta llegar a un pequeño recoveco lleno de cachivaches entre los que ahora rebuscaba. Aquel sitio parecía ser su nuevo hogar.
Volvió hacia mí con una gema verde, tan pesada para él que apenas podía arrastrarla.
-¿Porqué no me habías dicho que tenías mi caja de música? El mago la conjuró para comunicarse conmigo, pero sin la gema es inservible.-colocó dentro la piedra preciosa y cerró la caja.
-No... no lo sabía.- no pude pronunciar una palabra más, pues de entre los bordes de la caja de música comenzó a emanar una luz verde tan brillante que al poco tiempo mi vista de cegó.

Al abrir los ojos casi me dio un vuelco el corazón. Allí estaba él, plantado en medio de una triste terraza de ciudad, perdido en pensamientos tan oscuros como las nubes que se cernían sobre nosotros. Quise acercarme, pero una mano de trapo volvió a agarrarme del vestido.
-No nos ve, está alejando la magia de su vida, cada vez con más fuerza.- dijo tristemente sin apartar la vista del mago.

No podía verlo así, sin saber que estoy viva y despierta, y no hacer nada. Si yo no lo protegía de él mismo, nadie lo haría.
-Tal vez no me vea a mí, pero mi magia la verá.-cerrando los ojos, hice aparecer una mariposa, y luego otra... y otra...

Entonces, como el agua cansada de ser contenida, mi magia se desbordó, salió de mí casi de manera instintiva. La lancé con tanta fuerza que hasta mi alma pareció irse con ella. Miles de mariposas de distintas formas y colores envolvieron al mago. En todas ellas le susurraba una sola idea: que confiara en mí.


Con una lágrima resbalando por mi mejilla, abrí los ojos y me encontré de nuevo entre máquinas desvencijadas. El pequeño muñeco de esparto sostenía una minúscula mina de lápiz y un trozo de papel ante mí.
-Ya sabes dónde encontrarlo, solo falta mi frase inolvidable y volverá a ser el mismo... pero ¿y si no soy capaz? Tengo miedo de que...

Lo corté rápidamente:
-Ni siquiera termines la frase, tu fuiste quien dijo que los cobardes nunca ganan y que hay que ganar esta batalla.

Con un suspiro, bajó los botones hacia el papel... solo necesitó unos segundos para posar la mina y comenzar a escribir.





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