Hoy quiero hablar de un pedazo de mi
alma, en concreto, el pedazo más oscuro, más borroso y el más
odiado (al menos por mí) de todos los pedazos oscuros, borrosos y
odiados que puedo tener. Es por eso que he decidido reducir su
contenido a una Lista Negra: mis peores defectos, ordenados y
expuestos a la luz gracias a mis palabras por esta vez, y no por mis
actos, como es de costumbre.
He decidido empezar por mi genuina
distracción por ser aquel defecto que está más presente en mi día
a día y que llevo conmigo como quien que lleva un bolso. Mi
constante hilo de pensamiento, que me lleva de un lado a otro hasta
que me duermo, descarta por defecto cosas como las palabras de mi
madre para que haga esto o lo otro, las que ella piensa que no hago
porque prefiero no hacerlas deliberadamente cuando la realidad es tan
simple como que sus palabras han caído en alguna laguna de mi
cabeza. O como las ocasiones en las que olvido mirar el móvil y me
han enviado 50 mensajes. Lo siento, lo hago sin querer, juro que
después me siento mal.
Así llegamos a mi embarazosa sordera
conversacional, cosa que creo me viene de familia. Me refiero a esas
veces en las que alguien habla y yo oigo, pero no escucho ¿Por qué,
Marta? Pues porque mientras esa caritativa persona intenta contarme
algo yo estoy pensando: “¡Me está hablando a mí!” o tal vez
“Me pierdo en las conversaciones que no entiendo”. Y simplemente
asiento y sonrío; si no hago ni eso, estoy enfrascada en un dilema
personal y lo mejor es no hablarme. Poniéndonos serios, la peor
parte de todo esto es que puedo cambiar de tema sin que el otro haya
terminado, y comprendo que no es plato de buen gusto para nadie.
Todo se reduce a no escuchar, y me odio
a mí misma por hacerlo, porque no soporto que no me escuchen. Si a
esto le unimos mi cabeza de hormigón, olvidad eso de ganarme en una
discusión o, al menos, que yo lo reconozca. Sé que está mal y por
eso lo incluyo en mi Lista Negra. Creo que en esas situaciones es
cuando muestro mi forma de ser más cargante y odiosa y, si bien
considero que nadie puede enfadarse si le rebaten algo, también es
cierto que no siempre puedo tener yo la razón.
Hablando de terceros, otro de mis
grandes fallos podría ser precisamente protegerme
de estos, cosa de
la que ya he escrito en otras ocasiones porque suele sacar a relucir
mi vena dramática. Así, llevada por esta forma de ser, podría
escribir ahora mismo: “Me protejo porque estoy demasiado
acostumbrada a que me hagan daño” . No, tengo a muchas personas
que me quieren y alejándome más de ellas por mi mero afán de
protegerme no van a mejorar las cosas. Hay que saber no tener miedo
de mostrarse a los demás tal cual se es, impidiendo a la vez que
esas partes oscuras de nuestra alma no interfieran en tus actos, y
así vayan desapareciendo como si fueran tachadas de la Lista.
Aún así, creo que el defecto más feo
de todos es aquel que también le hace daño a mi persona, y es que
en algunas ocasiones me exijo demasiado, me olvido de que soy humana,
de que no hace falta ser perfecta y más que ayudarme, parece que
mentalmente me castigo y no me animo ni me doy impulso para
levantarme. Me olvido de aquel “diminuto yo” que se acercaba
sonriente y me empujo a mí misma a esa esquina oscura de mi alma.
Es por eso que descubrí que más que
amedrentarse ante los miedos, bajar la cabeza y refugiarse en un
lugar oscuro, lo mejor que podemos hacer es apuntar con la luz más
brillante que podamos encontrar hacia los lugares mas oscuros,
borrosos y odiados; y no esperar que se vayan por la fuerza, porque
entonces se arraigarán más aún. Es mucho más simple...
Ríe, ama y aprende.
Lo demás viene solo.
Todos tenemos defectos. A mi me encanta el ser imperfecto en el que te has convertido
ResponderEliminar