De todos los sucesos sorprendentes que había experimentado desde mi despertar -como encontrar una cajita de música encantada, derrotar a una tormenta o volar sobre el mar- fue aquel momento, sin duda, el que aún concibo como el más mágico, bello e inolvidable de todos:
Bajo la atenta mirada del lobo, me fui adentrando poco a poco, pero con decisión, en la orilla del lago, cuyas aguas permanecían tan inmóviles que el sendero que proyectaba la luz de la Luna era prácticamente palpable. La observé unos segundos, el águila volvió a interponerse frente a ella, invitándome de nuevo a seguirla. Sabía que mi única opción era atravesar el lago y proseguí mi camino hacia el agua, en mi fuero interno me preparé para sufrir la oleada de frío que atravesaría mi cuerpo cuando mis pies por fin entraran en contacto con el agua, sin embargo,descubrí que por mucho que caminase, el frío no llegaba. Deslicé la mirada hacia los pies, que permanecían tan iluminados por la luna como el sendero de agua resplandeciente que bailaba bajo ellos. Mi magia volvía a sorprenderme una vez más.
Así proseguí la marcha, un pie delante del otro, sin que estos se hundieran ni un ápice, sosteniendo firmemente la caja de música por miedo a perderla en las profundidades.
Debí de pasar horas recorriendo aquel sendero de destellos, horas que en aquel momento intuí como meros segundos de mi existencia, en la que cada recuerdo se hacía eterno entre las hondas del agua y viajaba a la velocidad de la luz, hacia las estrellas que me hacían compañía. “Ojalá él estuviera aquí”. Para cuando volví a sentir el frescor de la hierba bajo mis pies, los primeros rayos del alba comenzaban a despuntar en un horizonte plagado de montañas. Sin embargo, había algo que entorpecía y afeaba considerablemente el paisaje.
Era una fábrica abandonada, pero recuerdo que llegué a presenciar cómo fue su final, de hecho, no solo lo presencié sino que lo celebré. Ya que aquella fábrica fue creada para devorar el alma y la conciencia de las personas que allí trabajaban. Fue el mago quien, movido por su afán de cambiar el mundo de los demás como había hecho con el mío, consiguió devolverles sus vidas, aunque siempre oculto en las sombras. Recordé cada detalle mientras atravesaba la gran brecha que él mismo abrió en uno de sus gruesos muros; recordé como si fuera ayer a aquel preso que él escogió deliberadamente para llevar a cabo su obra, para que la contagiara a todas las personas que allí se hallaban confinadas. Tras actos como aquel, el mago siempre desechaba cualquier tipo de adulación por mi parte, por muchas grandes cosas que hiciera, él era el único incapaz de verlas como tales, como la ballena que se considera otro más de los pequeños peces del inmenso océano. Miré la nave que se extendía a mi alrededor, repleta de máquinas, engranajes, calderas y cintas transportadoras caídos en el olvido, todos de un color ocre desgastado, cubiertos con una gruesa capa del polvo que flotaba en el ambiente.
De repente, un rápido movimiento entre las máquinas captó mi atención, pero al girarme a comprobarlo no distinguí más que polvo. Sin embargo, inmediatamente después escuché un apenas perceptible traqueteo de pasos, no demasiado lejos. Salí disparada tras aquella promesa de vida en un lugar tan exento de ella. Si todo lo vivido hasta entonces me había guiado hasta aquel lugar no podía ser coincidencia coincidir con alguien más en aquella fábrica.
Conseguí entrever algo blanco y muy, muy pequeño doblando una de las esquinas, a los pocos segundos oí un golpe sordo seguido de pequeños jadeos que dejaban translucir perfectamente el miedo, la inseguridad, la desesperación.
Al girar la esquina me encontré en un callejón sin salida; a la altura de mis tobillos, un pequeño ser me miraba con sus botones torcidos tras unos temblorosos bracitos de trapo.
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