Tras perder unos cuarenta
minutos de mi vida observando una hoja en blanco, queriendo escribir
y, como tantas muchas veces, no logrando encontrar algo concreto para
hacerlo, había decidido desistir por hoy, ya que tampoco quería
desorientarme en reflexiones lúgubres, resquicios del pasado, frases
de “libro de autoayuda” y temas por el estilo. Sin embargo, en un
intento casi desesperado por encontrar algo que realmente me aporte la
motivación que necesito para poder escribir como me
gusta más últimamente: con el alma; decidí probar suerte con una
acción tan sencilla como buscar en Google “frases que inspiran
para escribir” y, entre muchas frases para mi gusto superficiales,
encontré esta:
Para mí, un verdadero
milagro entre tanta palabrería. Cuánta verdad contiene esta
frase... se podrían escribir tantas cosas sobre ella...
Lo primero que asalta mi
cabeza cuando pienso en esas palabras es un profundo sentimiento de
sorpresa al descubrir que es cierto, es increíblemente cierto que
cada persona, en su estado más puro, está formada por una
gigantesca red de historias, de moralejas y conocimientos que la
llevan a ser lo que es, a sentir lo que siente y a actuar como actúa;
a reir o llorar en un momento determinado, a esforzarse por algo o
dejarlo ir, a decir que sí o decir que no...
Si a todas esas historias
personales le sumamos las de otras personas, tal vez existan más
historias que estrellas en el cielo. Y así, podría haber historias
cotidianas o historias extraordinarias, pero, a pesar de todo, cada
una de ellas tendría algo especial, algo de lo que aprender. No me
tiembla la mano al afirmar cuán distinto sería todo si cada una se
esas historias estuvieran a nuestro alcance.
Reconozco que no es la
primara vez que aparece en mi mente la idea de lo grande que es el
mundo, de los millones de personas que viven en él, cuyas historias
podrían ser fascinantes, historias que traspasaran fronteras, que
cambiaran opiniones, que inspiraran una nueva concepción de todo
aquello que me rodea... De hecho, tampoco será la primera ni la
última vez que, caminando entre la gente, me sorprendo estudiando
los rostros de completos desconocidos, imaginando cuál será su
historia.
No creo que sea la única
que, pese a sus incansables ánimos por perseguir una gran historia,
le asalta el miedo por que esta no se parezca en nada a como imaginó
en su momento. Podría decirse que cada uno posee un libro en blanco,
el libro de su vida, su historia única, y aunque puede crear y
destruir el borrador de su relato a su merced, en la realidad
¿realmente puede ser esa persona la única que puede sostener la
pluma? No. Nadie puede escribir su historia solo, afortunada o
desafortunadamente, no vivimos aislados de los demás.
Pero esto no me desanima,
podría describirlo incluso como algo que enriquece y le da emoción
a un relato que nunca se ajustará por completo al borrador, tan real como la vida misma, abriéndonos y cerrándonos puertas conforme escribimos nuestra historia. Eso no
es motivo de desanimo, el secreto está en tener la certeza de, al fin y al cabo, a quién pertenece la pluma.
Por muchos giros que dé nuestra historia, seguirá siendo nuestra, y somos nosotros los que debemos reconducir cada capítulo para que acabe tal y como nos gustaría que lo hiciera; no ceñido a un borrador, sino a lo que, al final de este, deseemos que suceda.
Por muchos giros que dé nuestra historia, seguirá siendo nuestra, y somos nosotros los que debemos reconducir cada capítulo para que acabe tal y como nos gustaría que lo hiciera; no ceñido a un borrador, sino a lo que, al final de este, deseemos que suceda.
Sostén la pluma, abre el libro, haz justicia a cada capítulo. De nosotros depende que nuestra propia historia sea digna de ser contada.
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