martes, 26 de agosto de 2014

El libro en blanco


Tras perder unos cuarenta minutos de mi vida observando una hoja en blanco, queriendo escribir y, como tantas muchas veces, no logrando encontrar algo concreto para hacerlo, había decidido desistir por hoy, ya que tampoco quería desorientarme en reflexiones lúgubres, resquicios del pasado, frases de “libro de autoayuda” y temas por el estilo. Sin embargo, en un intento casi desesperado por encontrar algo que realmente me aporte la motivación que necesito para poder escribir como me gusta más últimamente: con el alma; decidí probar suerte con una acción tan sencilla como buscar en Google “frases que inspiran para escribir” y, entre muchas frases para mi gusto superficiales, encontré esta:




Para mí, un verdadero milagro entre tanta palabrería. Cuánta verdad contiene esta frase... se podrían escribir tantas cosas sobre ella...

Lo primero que asalta mi cabeza cuando pienso en esas palabras es un profundo sentimiento de sorpresa al descubrir que es cierto, es increíblemente cierto que cada persona, en su estado más puro, está formada por una gigantesca red de historias, de moralejas y conocimientos que la llevan a ser lo que es, a sentir lo que siente y a actuar como actúa; a reir o llorar en un momento determinado, a esforzarse por algo o dejarlo ir, a decir que sí o decir que no...

Si a todas esas historias personales le sumamos las de otras personas, tal vez existan más historias que estrellas en el cielo. Y así, podría haber historias cotidianas o historias extraordinarias, pero, a pesar de todo, cada una de ellas tendría algo especial, algo de lo que aprender. No me tiembla la mano al afirmar cuán distinto sería todo si cada una se esas historias estuvieran a nuestro alcance.

Reconozco que no es la primara vez que aparece en mi mente la idea de lo grande que es el mundo, de los millones de personas que viven en él, cuyas historias podrían ser fascinantes, historias que traspasaran fronteras, que cambiaran opiniones, que inspiraran una nueva concepción de todo aquello que me rodea... De hecho, tampoco será la primera ni la última vez que, caminando entre la gente, me sorprendo estudiando los rostros de completos desconocidos, imaginando cuál será su historia.

No creo que sea la única que, pese a sus incansables ánimos por perseguir una gran historia, le asalta el miedo por que esta no se parezca en nada a como imaginó en su momento. Podría decirse que cada uno posee un libro en blanco, el libro de su vida, su historia única, y aunque puede crear y destruir el borrador de su relato a su merced, en la realidad ¿realmente puede ser esa persona la única que puede sostener la pluma? No. Nadie puede escribir su historia solo, afortunada o desafortunadamente, no vivimos aislados de los demás.

Pero esto no me desanima, podría describirlo incluso como algo que enriquece y le da emoción a un relato que nunca se ajustará por completo al borrador, tan real como la vida misma, abriéndonos y cerrándonos puertas conforme escribimos nuestra historia. Eso no es motivo de desanimo, el secreto está en tener la certeza de, al fin y al cabo, a quién pertenece la pluma.

Por muchos giros que dé nuestra historia, seguirá siendo nuestra, y somos nosotros los que debemos reconducir cada capítulo para que acabe tal y como nos gustaría que lo hiciera; no ceñido a un borrador, sino a lo que, al final de este, deseemos que suceda.

Sostén la pluma, abre el libro, haz justicia a cada capítulo. De nosotros depende que nuestra propia historia sea digna de ser contada.


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