Quizás, si el viejo y
llamativo buhonero no hubiera puesto aquella pequeña caja de música
entre mis manos, nunca hubiera reparado en ella. Aquella cajita
parecía recién sacada de uno de mi muchos sueños, en su tapa color
arena aparecían dibujados en tonos marrones la silueta de un águila
a lo lejos, sobrevolando una montaña cubierta por un bosque frondoso
y, más allá, otra silueta mayor, la de un lobo que se aproximaba a
la montaña.
Dirigí hacia el vendedor
una mirada interrogante, a la que él me correspondió con otra
cargada de ilusión y expectación. Con una sonrisa y un asentimiento
me invitó a que levantara la tapa y escuchase aquella música que,
según él, solucionaría todos mis problemas. Sin más demora, le dí
cuerda a una pequeña manivela de la parte trasera y abrí la caja.
Una música suave, triste y tintineante comenzó a emanar de aquel
pequeño objeto, llegando hasta lo más profundo de mi alma,
conmoviéndome de tal manera que no recuerdo exactamente cuánto
tiempo pudo estar sonando hasta que la manivela cesó de girar.
Fue entonces cuando el
mundo volvió a tomar consistencia y me percaté que la luz del día
ya no era tan brillante y que la furgoneta del buhonero ya no estaba
en la plaza, volvía a estar sola. Aunque era cierto que su música
era preciosa, aún no entendía cuál era el cometido de aquella
caja, ni por qué el viejo vendedor había decidido irse y
regalármela. Sin embargo, permanecí unos minutos estudiando el
dibujo de la tapa y, casi por instinto, pensé que tal vez debería
adentrarme en el bosque que separaba a aquella pequeña aldea con el
resto del mundo. Con suerte, el águila se habría refugiado allí
tras la tormenta.
Abandoné la plaza
empedrada por el extremo opuesto al que había entrado y en poco
tiempo unos altos abetos me dieron la bienvenida al bosque, pero, muy
a mi pesar, las únicas veces que había pasado por allí habían
sido en compañía del mago, y en esas contadas ocasiones siempre
había decidido dejarme llevar cogida de su mano. De modo que en solo
media hora ya me hallaba rumbo hacia ninguna parte, sin rastro del
águila, cansada del vestido que se enrollaba entre mis piernas y
completamente perdida. Para colmo de mis males, estaba anocheciendo.
Con las lágrimas
asomándose en mis ojos, me aferré a la cajita de música como si se
fuera mi ancla. La abrí, y dejé que su música calmara mi
respiración y ahuyentara las lágrimas y los miedos. Entonces me
quedé petrificada al descubrir una melodía en la oscuridad, solo un
susurro que no procedía de la caja de música, pero cuyas notas se
mezclaban en sinfonía con las de ella, convirtiendo la triste
canción en otra completamente distinta, mucho más tierna e
impregnada de dulzura.
Cuando creí discernir de
dónde procedía la susurrante melodía, me apresuré a seguirla,
rasgando mientras andaba a paso ligero las telas del vestido con mis
propias manos. Cuando quise darme cuenta, corría tan rápido como
nunca a través de la maleza. Me paré en seco al descubrir el sitio
al que había llegado: un túnel de vegetación, con plantas de parra
en el techo, cuyo interior permanecía extrañamente iluminado por la
luz de la Luna llena. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme en el otro
extremo con dos refulgentes ojos observándome, los ojos del único
lobo al que nunca temería. En aquel momento me hubiera encantado
pasar horas y horas acariciando su suave pelaje blanco, pero algo en
la forma en la que permanecía erguido me hizo sospechar que, aunque
él también lo deseara, había otro asunto más importante, y así
me lo demostró cuando me dio la espalda para alejarse del túnel.
Antes de seguirlo, alcé la vista hacia un pequeño cartel en el que
estaba escrito el nombre de Fabiola. Aunque nunca hubiera pasado por
allí, aquel sitio me resultaba muy familiar, ¿sería el mismo mago
quien me había hablado de él?
Sea como fuere, el lobo
no admitía demoras, en pocos minutos nos encontrábamos al final del
bosque y un lago enorme se extendía como un mar ante nuestros ojos.
Mi amigo aulló a la Luna, cuya luz proyectaba un sendero de luz en
medio del agua. La sombra de un águila enturbió la visión de la
Luna durante una fracción de segundo. No necesité más señales
para adentrarme en el lago.
¿Quieres saber más? La historia continúa gracias a la ayuda de PGCervera en " Mariposa blanca".
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