lunes, 28 de julio de 2014

Solo un susurro.



Quizás, si el viejo y llamativo buhonero no hubiera puesto aquella pequeña caja de música entre mis manos, nunca hubiera reparado en ella. Aquella cajita parecía recién sacada de uno de mi muchos sueños, en su tapa color arena aparecían dibujados en tonos marrones la silueta de un águila a lo lejos, sobrevolando una montaña cubierta por un bosque frondoso y, más allá, otra silueta mayor, la de un lobo que se aproximaba a la montaña.


Dirigí hacia el vendedor una mirada interrogante, a la que él me correspondió con otra cargada de ilusión y expectación. Con una sonrisa y un asentimiento me invitó a que levantara la tapa y escuchase aquella música que, según él, solucionaría todos mis problemas. Sin más demora, le dí cuerda a una pequeña manivela de la parte trasera y abrí la caja. Una música suave, triste y tintineante comenzó a emanar de aquel pequeño objeto, llegando hasta lo más profundo de mi alma, conmoviéndome de tal manera que no recuerdo exactamente cuánto tiempo pudo estar sonando hasta que la manivela cesó de girar.

Fue entonces cuando el mundo volvió a tomar consistencia y me percaté que la luz del día ya no era tan brillante y que la furgoneta del buhonero ya no estaba en la plaza, volvía a estar sola. Aunque era cierto que su música era preciosa, aún no entendía cuál era el cometido de aquella caja, ni por qué el viejo vendedor había decidido irse y regalármela. Sin embargo, permanecí unos minutos estudiando el dibujo de la tapa y, casi por instinto, pensé que tal vez debería adentrarme en el bosque que separaba a aquella pequeña aldea con el resto del mundo. Con suerte, el águila se habría refugiado allí tras la tormenta.

Abandoné la plaza empedrada por el extremo opuesto al que había entrado y en poco tiempo unos altos abetos me dieron la bienvenida al bosque, pero, muy a mi pesar, las únicas veces que había pasado por allí habían sido en compañía del mago, y en esas contadas ocasiones siempre había decidido dejarme llevar cogida de su mano. De modo que en solo media hora ya me hallaba rumbo hacia ninguna parte, sin rastro del águila, cansada del vestido que se enrollaba entre mis piernas y completamente perdida. Para colmo de mis males, estaba anocheciendo.

Con las lágrimas asomándose en mis ojos, me aferré a la cajita de música como si se fuera mi ancla. La abrí, y dejé que su música calmara mi respiración y ahuyentara las lágrimas y los miedos. Entonces me quedé petrificada al descubrir una melodía en la oscuridad, solo un susurro que no procedía de la caja de música, pero cuyas notas se mezclaban en sinfonía con las de ella, convirtiendo la triste canción en otra completamente distinta, mucho más tierna e impregnada de dulzura.

Cuando creí discernir de dónde procedía la susurrante melodía, me apresuré a seguirla, rasgando mientras andaba a paso ligero las telas del vestido con mis propias manos. Cuando quise darme cuenta, corría tan rápido como nunca a través de la maleza. Me paré en seco al descubrir el sitio al que había llegado: un túnel de vegetación, con plantas de parra en el techo, cuyo interior permanecía extrañamente iluminado por la luz de la Luna llena. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme en el otro extremo con dos refulgentes ojos observándome, los ojos del único lobo al que nunca temería. En aquel momento me hubiera encantado pasar horas y horas acariciando su suave pelaje blanco, pero algo en la forma en la que permanecía erguido me hizo sospechar que, aunque él también lo deseara, había otro asunto más importante, y así me lo demostró cuando me dio la espalda para alejarse del túnel. Antes de seguirlo, alcé la vista hacia un pequeño cartel en el que estaba escrito el nombre de Fabiola. Aunque nunca hubiera pasado por allí, aquel sitio me resultaba muy familiar, ¿sería el mismo mago quien me había hablado de él?


Sea como fuere, el lobo no admitía demoras, en pocos minutos nos encontrábamos al final del bosque y un lago enorme se extendía como un mar ante nuestros ojos. Mi amigo aulló a la Luna, cuya luz proyectaba un sendero de luz en medio del agua. La sombra de un águila enturbió la visión de la Luna durante una fracción de segundo. No necesité más señales para adentrarme en el lago.

¿Quieres saber más? La historia continúa gracias a la ayuda de PGCervera en " Mariposa blanca".



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