jueves, 3 de julio de 2014

Te sentí.



Mientras mantenía los ojos cerrados, disfrutando del sol en mi rostro y sintiendo cómo las telas de mi vestido blanco comenzaban a secarse y a separarse de mi cuerpo, pensé que así, con el mar en calma, el silencio imperante y aquel calor tan reconfortante, sería capaz de pasar el resto del día allí sentada entre la yerba y las pequeñas flores que apenas temblaban con la brisa marina; la verdad es que no recuerdo exactamente cuánto tiempo permanecí allí, con la mente navegando por un mar de plata, que casi consiguió arrastrarme de vuelta a la niebla, cuyas ondulantes y sugerentes brumas parecían llamarme una y otra vez.


Sin embargo, algo interrumpió mi ensoñación, me hizo volver de forma tan salvaje a la realidad que, al abrir lo ojos, me hizo sentir bochornosamente arrepentida. ¿Cómo podía haber estado tan a punto de volver a caer? ¿Cómo me atrevía siquiera a acariciar esa idea? No podía volver a permitirme volver a la niebla, no, ni aunque el mago ya no estuviera. Sencillamente no podía. Aún con la respiración entrecortada por el miedo, agradecí en silencio que ese “algo”, me hubiera arrastrado de nuevo a la realidad. Miré a mi alrededor, buscando a aquello que me había salvado, pero allí sólo me encontraba yo. A pesar de ello, me sentía observada, sentía que, a lo lejos, alguien me llamaba. Decidí que aquel acantilado aún seguía atrayendo lo peor de mí, y me alejé de él tan rápido como pude, adentrándome en un sendero por el que había realizado miles de idas y venidas esperando, por segunda vez, que esta fuera la última ocasión en la que tuviera que pasar por allí.

Mientras caminaba entre los árboles del sendero, no pude evitar acordarme del águila, que había desaparecido con el paso de la tormenta. Deseé que no estuviera herida, aunque tenía el extraño presentimiento de que volvería a aparecer en mi camino, tarde o temprano. Aquellos árboles me recordaron también a él y a aquel lobo que tanto nos gustaba a ambos, incluso el águila, cuya confianza era tan difícil de conseguir, y que sin embargo lo acogió en su día con las alas abiertas.

Pronto llegué a la pequeña aldea que, escondida entre el verde de las hojas y el del mar, realizaba su vida cíclica y tranquila como si no existiera más mundo fuera de aquella pequeña plaza rodeada de casitas de piedra decoradas con alegres macetas floridas. Viví unos días tan felices en una de aquellas acogedoras casas, con el mago sonriéndome al otro lado de la almohada cada mañana. En aquel momento pensé que realmente no había sido necesario internarme en aquel sueño, en aquel mundo donde solo existía una pequeña parte de ambos, porque en aquella casa no solo habíamos conseguido un mundo perfecto, sino una vida en común, creando maravillas cada vez que uníamos nuestra magia, como aquella noche de nubes en la que no pudimos contar las estrellas, y decidimos apagar las pocas farolas de la pequeña plaza de la aldea y atraer allí mismo el propio firmamento. El mago me tomó de las manos y me estrechó entre sus brazos mientras bailábamos descalzos, nuestros pies apenas rozando las baldosas de piedra, entre pequeñas esferas de luz que titilaban juguetonas a nuestro alrededor.

Sin embargo, un breve vistazo a la plaza me hizo pensar que tal vez la vida en aquel lugar no era tan monótona como suponía: una furgoneta de colores tan llamativos como el naranja estridente de la gabardina de su poseedor se encontraba en medio de la plaza, su voz parecía llegar a todos los rincones de la plaza: ¡Buenos días! Señoras, señores. Abran sus ventanas, dejen que la bella luz del alba entre en sus hogares, los llene de alegría. Escuchen con atención a este viejo buhonero que llegó a este hermoso pueblo a venderle lo mejor de este mundo, lo traigo en el furgón para dárselo a usted con muchísimo gusto.”

Aquel singular personaje me sonrió afablemente mientras me acercaba a su furgoneta, movida por la curiosidad, y tal vez algo más. Con una reverencia, me invitó a observar sus pequeños tesoros, tan variopintos como él, como relojes de cuco, sortijas de piedras preciosas, pañuelos exquisitamente bordados, botes de ungüentos de extraña procedencia... Dejé de observar su mercancía cuando descubrí al buhonero observándome, con una mirada pareció leer mi naturaleza con una facilidad envidiable, pocas personas consiguen reconocer mi magia cuando la ven, pero él lo hizo. “Creo que esto es lo que necesitas... la magia de su música hará el resto”, me dijo mientras sostenía entre sus manos una pequeña caja de música.

No hay comentarios:

Publicar un comentario