Otra vez me encuentro en mi morada
nocturna para poder escribir adecuadamente de algo que casi exige que
sea escrito en la calma de la noche, a la luz de las estrellas. Es
algo de lo que hablan miles de canciones, miles de historias e
incluso miles de miradas y miles de abrazos, sí, probablemente ya lo
habréis adivinado: el Amor.
Miremos hacia donde miremos, podemos
encontrar el Amor en todas sus facetas y tonalidades. Está, por
ejemplo el amor tan simple y material que el hombre puede sentir-
amor a la música, al arte, a la ciencia, al deporte, a los libros, a
los coches- o aquel que sentimos por un animal de compañía, o por
un objeto que nos evoca los buenos tiempos...
Pero muy lejos de estos banales
ejemplos, está el Amor del que muero por escribir, en su mejor y más
puro significado: el Amor a alguien.
El inigualable Amor de unos padres por
sus hijos, y por los hijos de sus hijos, ese Amor incondicional, casi
intocable, que profesan por una persona de apenas unos pocos
centímetros, como si fuera un tesoro personal, un logro
insuperable, un Amor que convierte a esa pequeña persona en una
razón de vida y, aunque pueda causar algún que otro disgusto, de
felicidad.
El Amor a un amigo, a alguien semejante
a un hermano o, simplemente, a aquellos a los que conseguimos confiar
nuestra verdadera forma de ser por muchas vueltas que dé la vida,
por muchos kilómetros que nos separen, por muchos meses que pasen.
Pero sobre todo, aunque no deja de ser
tan importante como estos últimos, está el Amor en el que todos
solemos pensar cuando oímos dicha palabra, ese que inspira tantas
letras y poemas, ese que levanta tantas tormentas, que arranca tantos
suspiros, que abre grietas en la tierra, que calma las olas del mar,
que consigue que el Sol brille entre las nubes...
Amores turbulentos, Amores tranquilos,
Amores que duelen o Amores que sanan. Mis preferidos, aquellos que
cambian nuestra vida en un instante, que se presentan sigilosamente,
sin que reparemos en ellos, hasta que nos abrazan. Esos que al
confesarlos provocan un hormigueo en el cuerpo que tarda en irse, que
hace que se pierda el hambre, el sueño y hasta el mismísimo sentido
del tiempo. Esos tan tempestuosos que duele hasta separarse de un
beso, esos que frenan caídas, esos que hacen aparecer dulcemente en
un sueño profundo y sin pesadillas, esos que llevan a planificar
toda una vida con la otra persona de forma inevitable...esos.
Son esa clase de Amor los que nos
llevan a realizar las mayores de las locuras, a pensar, sentir o
decir cosas que después, con el paso del tiempo, seguimos
preguntándonos cómo pudimos hacerlo y que, la mayoría de las veces
nos arrancan una sonrisa. Sí, son todos y cada uno de ellos los que
nos impulsan a ser mejores personas, en los que cada detalle parece
un regalo y que deseas que duren tanto como el tiempo.
Sea como fuere, el Amor no deja de ser
algo único y, si lo pensáis, incluso sorprendente, que consigue
separarse del instinto y convertirse en un incondicional de vida, un
pilar básico del “todo” que nos rodea, algo contra lo que es
imposible luchar.
Amar ¿Quién no sueña con amar?
¿Quién no ama nada? ¿Quién puede vivir sin amor?
¿Quién puede vivir sin vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario