martes, 1 de julio de 2014

Ama


Otra vez me encuentro en mi morada nocturna para poder escribir adecuadamente de algo que casi exige que sea escrito en la calma de la noche, a la luz de las estrellas. Es algo de lo que hablan miles de canciones, miles de historias e incluso miles de miradas y miles de abrazos, sí, probablemente ya lo habréis adivinado: el Amor.


Miremos hacia donde miremos, podemos encontrar el Amor en todas sus facetas y tonalidades. Está, por ejemplo el amor tan simple y material que el hombre puede sentir- amor a la música, al arte, a la ciencia, al deporte, a los libros, a los coches- o aquel que sentimos por un animal de compañía, o por un objeto que nos evoca los buenos tiempos...

Pero muy lejos de estos banales ejemplos, está el Amor del que muero por escribir, en su mejor y más puro significado: el Amor a alguien.

El inigualable Amor de unos padres por sus hijos, y por los hijos de sus hijos, ese Amor incondicional, casi intocable, que profesan por una persona de apenas unos pocos centímetros, como si fuera un tesoro personal, un logro insuperable, un Amor que convierte a esa pequeña persona en una razón de vida y, aunque pueda causar algún que otro disgusto, de felicidad.

El Amor a un amigo, a alguien semejante a un hermano o, simplemente, a aquellos a los que conseguimos confiar nuestra verdadera forma de ser por muchas vueltas que dé la vida, por muchos kilómetros que nos separen, por muchos meses que pasen.

Pero sobre todo, aunque no deja de ser tan importante como estos últimos, está el Amor en el que todos solemos pensar cuando oímos dicha palabra, ese que inspira tantas letras y poemas, ese que levanta tantas tormentas, que arranca tantos suspiros, que abre grietas en la tierra, que calma las olas del mar, que consigue que el Sol brille entre las nubes...

Amores turbulentos, Amores tranquilos, Amores que duelen o Amores que sanan. Mis preferidos, aquellos que cambian nuestra vida en un instante, que se presentan sigilosamente, sin que reparemos en ellos, hasta que nos abrazan. Esos que al confesarlos provocan un hormigueo en el cuerpo que tarda en irse, que hace que se pierda el hambre, el sueño y hasta el mismísimo sentido del tiempo. Esos tan tempestuosos que duele hasta separarse de un beso, esos que frenan caídas, esos que hacen aparecer dulcemente en un sueño profundo y sin pesadillas, esos que llevan a planificar toda una vida con la otra persona de forma inevitable...esos.

Son esa clase de Amor los que nos llevan a realizar las mayores de las locuras, a pensar, sentir o decir cosas que después, con el paso del tiempo, seguimos preguntándonos cómo pudimos hacerlo y que, la mayoría de las veces nos arrancan una sonrisa. Sí, son todos y cada uno de ellos los que nos impulsan a ser mejores personas, en los que cada detalle parece un regalo y que deseas que duren tanto como el tiempo.

Sea como fuere, el Amor no deja de ser algo único y, si lo pensáis, incluso sorprendente, que consigue separarse del instinto y convertirse en un incondicional de vida, un pilar básico del “todo” que nos rodea, algo contra lo que es imposible luchar.

Amar ¿Quién no sueña con amar? ¿Quién no ama nada? ¿Quién puede vivir sin amor?


¿Quién puede vivir sin vida?


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