Estos últimos días me he percatado de
lo crudamente verdadera que puede llegar a ser la frase “El ser
humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma
piedra” (y tres, y cuatro...). Siendo sincera, no solo me tropiezo
con un tipo de piedra, las hay de cualquier forma y tamaño, pero
solo hay una piedra sobre la que necesito escribir hoy: la fe en los
demás, un concepto que puede considerarse una virtud y no un
obstáculo, y que a veces ni yo misma sé qué sentido darle; un
concepto, en definitiva, que para mí engloba todo aquello
relacionado con el optimismo hacia las personas, la confianza en que
reparen en una persona como yo, que muchas veces pasa desapercibida,
la esperanza en que algunos se acerquen y traspasen el fino muro que
me separa del resto del mundo, el mismo muro que yo misma intento
traspasar, cada vez con más miedo por si esa persona a la que
intento acercarme me vuelve a empujar dentro de este.
Sé que no soy la única que a veces se
ve abrumada por este sentimiento, personas que a menudo se sorprenden
cuando alguien del que no esperan nada les dedica un gesto amable, y
que en numerosas ocasiones dudan de las intenciones del otro, y tal
vez sean esas mismas dudas las que a veces les impiden acercarse más
a las personas adecuadas, porque su fe en los demás cada vez les
parece más traicionera, cayendo así en un círculo vicioso. Muchas
de ellas deciden crear una máscara delante del muro, una máscara
frívola que a veces acaba consumiendo a la verdadera persona,
suplantando lo que antes era, basando su fuerza en la mentira,
convirtiéndose en uno más del rebaño, debo confesar que hasta yo
lo he intentado.
No debería ser así, las personas
buenas no deberían ser animadas por otros a encrudecerse, a
desconfiar de todos, a volverse tan frívolos como ellos, a no
mostrar su verdadero rostro solo por el miedo a que no sea lo que
quieren ver.
Es por eso que muchas veces me obligo
a olvidarme del muro, a no pensar en los miedos del pasado, a
observar las cosas con mis ojos y no los de otro y a darle a cada
persona un trozo de mí si me dejan; porque si no lo hago, nunca
encontraré a esas personas buenas que puedan llegar a entender este
mensaje. Para mi gran alegría, algunas de esas buenas personas ya
las tengo en mi vida y con ellas no hay ni muros, ni piedras, ni
máscaras y sé que me aprecian, eso me basta.
A ellas les debo que mis pilares no se
derrumben cuando mi voluntad flaquea, son ellas las que me han hecho
comprender que no puedo ser tan mala persona como algunos me pintan
ante los oídos que no tienen la decencia de cuestionarse la
veracidad de alguien ajeno a los hechos, son los que han conseguido
que al fin reconozca que la confianza en los demás y en uno mismo
son las caras de una misma y valiosa moneda.
De nada sirve seguir la corriente de
los que piensan que ya no eres lo que fuiste y debes volver a la
casilla de salida; al igual que tampoco es suficiente conformarse con
seguir la corriente de las personas que creen verte como el mismo de
siempre. No. Hace años que descubrí la corriente adecuada, la que
nace de mí, cada segundo del día, cambiante e imparable, aunque se
encuentre de vez en cuando con alguna que otra piedra.
Es por esto que debo decir que aquel
que te empuja de nuevo a tu muro tal vez no lo haya hecho porque no
le guste lo que ve, tal vez haya reconocido que existe alguien mejor
que él.
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