domingo, 3 de marzo de 2013

Nunca (Parte 5).


Capítulo 4

Christian se pregunta quiénes pueden ser aquellas dos personas que distingue a duras penas  entre el caos de sacos de dormir que los separa. La primera parece ser una chica bastante joven, sonríe abiertamente a la nada mientras mira al cielo, que va adquiriendo tintes anaranjados conforme pasan los minutos. Seguramente ni siquiera se imagina que un galés como él la observa detenidamente, intentando averiguar si está tan loca como parece, o se esconde algo más tras su mirada soñadora. La chica se gira en su dirección. Pero Christian para entonces ya mira para otro lado, en realidad, a ninguna parte en concreto. Ya tiene lo que necesita para olvidarse del frío que le traspasa la fina tela de su camiseta blanca. Su mente viaja muy lejos de aquellas personas cuando empieza a imaginar una nueva historia.
Se ha convertido en su pasatiempo favorito cuando quiere matar el tiempo. Ha descubierto que puede estar en cualquier parte, con cualquier persona, en cualquier momento… solo con un poco de originalidad e imaginación. Es tan fácil viajar de un mundo a otro que a menudo se ve tentado a olvidarse de los quehaceres de la vida para abandonarse a las miles de historias que aparecen por todas partes.
Decide ponerle un nombre a aquella chica sonriente, se llamará Cassandra. Vive en una de aquellas islas griegas perdidas en el mar. Puede imaginarla recorriendo las calles de piedra, oliendo las flores de las ventanas, robando alguna, guardándola entre sus rizos. Las austeras casas blancas reflejan los rayos de sol que caen en cascada sobre su piel, como a ella tanto le gusta. La calle cada vez se inclina más hacia arriba, pero a ella no le importa. Impulsivamente, echa a correr, sonriendo como una niña pequeña. Casi tropieza con algunas piedras, pero ella ríe con el poco aliento que le queda. Por fin llega al final de la calle, donde la espera, como cada mañana, el balcón de hierro que le deja ver el mar. Las olas chocan contra las rocas a escasos metros de ella y le mojan sus sandalias e incluso el dobladillo del vestido blanco. Nadie la molesta es su rutinaria aventura, como si tuvieran miedo de ser arrollados por su sonrisa y la viveza de sus pasos. Un viento huracanado la alcanza y le revuelve el pelo.
Cassandra abre las manos y recibe su abrazo. 
Existiendo momentos así cada día ¿quién no sería feliz?

La estridente voz de la megafonía anuncia la desaparición de veintisiete niños durante la noche en Cuatro Vientos y devuelve a Christian súbitamente a la realidad, a la dura esterilla y al frío que le rodea.

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