Capítulo 4
Christian
se pregunta quiénes pueden ser aquellas dos personas que distingue a duras
penas entre el caos de sacos de dormir
que los separa. La primera parece ser una chica bastante joven, sonríe
abiertamente a la nada mientras mira al cielo, que va adquiriendo tintes
anaranjados conforme pasan los minutos. Seguramente ni siquiera se imagina que
un galés como él la observa detenidamente, intentando averiguar si está tan
loca como parece, o se esconde algo más tras su mirada soñadora. La chica se
gira en su dirección. Pero Christian para entonces ya mira para otro lado, en
realidad, a ninguna parte en concreto. Ya tiene lo que necesita para olvidarse
del frío que le traspasa la fina tela de su camiseta blanca. Su mente viaja muy
lejos de aquellas personas cuando empieza a imaginar una nueva historia.
Se
ha convertido en su pasatiempo favorito cuando quiere matar el tiempo. Ha
descubierto que puede estar en cualquier parte, con cualquier persona, en
cualquier momento… solo con un poco de originalidad e imaginación. Es tan fácil
viajar de un mundo a otro que a menudo se ve tentado a olvidarse de los
quehaceres de la vida para abandonarse a las miles de historias que aparecen
por todas partes.
Decide
ponerle un nombre a aquella chica sonriente, se llamará Cassandra. Vive en una
de aquellas islas griegas perdidas en el mar. Puede imaginarla recorriendo las
calles de piedra, oliendo las flores de las ventanas, robando alguna,
guardándola entre sus rizos. Las austeras casas blancas reflejan los rayos de
sol que caen en cascada sobre su piel, como a ella tanto le gusta. La calle
cada vez se inclina más hacia arriba, pero a ella no le importa.
Impulsivamente, echa a correr, sonriendo como una niña pequeña. Casi tropieza
con algunas piedras, pero ella ríe con el poco aliento que le queda. Por fin
llega al final de la calle, donde la espera, como cada mañana, el balcón de
hierro que le deja ver el mar. Las olas chocan contra las rocas a escasos
metros de ella y le mojan sus sandalias e incluso el dobladillo del vestido
blanco. Nadie la molesta es su rutinaria aventura, como si tuvieran miedo de
ser arrollados por su sonrisa y la viveza de sus pasos. Un viento huracanado la
alcanza y le revuelve el pelo.
Cassandra abre las manos y recibe su abrazo.
Existiendo momentos así cada día ¿quién no sería feliz?
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