Adrianne
era simplemente maravillosa, cada día a su lado era una aventura en aquel
orfanato, acompañado de su sonrisa brillante.
Cualquiera
estaría ciego si no se percataba de la química entre ambos. Justo
antes de viajar a Madrid se había armado del valor suficiente para decirle lo
mucho que la quería. Ella había reconocido su admiración por él y el cariño que
le había cogido en tan poco tiempo, por eso mismo, no se atrevía a empezar una
relación de ese calibre.
Adrianne
le pidió estos días para pensar, y desde entonces su pesadilla se repite cada
noche: Ambos están pasando una agradable velada, navegando en un velero por las
aguas de mediterráneo, todo parece perfecto cuando inesperadamente una tormenta
los arrastra hasta el agua. Los truenos
se tornan amenazantes. Sus manos se rozan por un leve instante antes de que una
ola amenazante la aparte de su lado, mientras él nada desesperadamente sin
volver a tener un rastro de ella. Gritando su nombre hasta desgañitarse.
Mientras
se seca el sudor frío de la frente, intenta volver a respirar con tranquilidad.
Su pulso vuelve a su estado normal y poco a poco deja de escuchar el estresante
sonido de las olas. Mira a su alrededor,
deduciendo que debe ser muy temprano porque solo ve a otras dos personas
sentadas como él, observando cómo todos duermen. Y en ese momento piensa si
ellos habrán dormido aquella noche, y los envidia si no lo han hecho.
Cuando
se gira hacia el escenario, la luz del alba le entorpece la vista, pero unos
segundos después puede ver con claridad y la imagen de aquel cielo le recuerda
tanto al cabello de Adrianne que vuelve otra vez a pensar en ella.
¿Habrá
pensado en él durante aquellos días? ¿Tendrá ya una respuesta? Y de ser así
¿por qué aún no le ha llamado? ¿Su amistad se verá en peligro si obtiene un no?
Demasiadas
dudas, demasiados miedos, la espera le quema por dentro pero no puede hacer
nada que cambie los sentimientos de su amiga.
De
todas formas, piensa Jérome con tristeza, no alberga demasiadas esperanzas y
por si acaso ya ha sacado un billete de tren que le devolverá a París y lo
alejará de los que se convertirán en tristes recuerdos sobre Adrianne por las
calles de Perigueux.
Cierra
los ojos y se abandona al silencio que lo rodea. Es mejor no darle vueltas a lo
inevitable.
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