viernes, 15 de febrero de 2013

Nunca (Parte 3).


Capítulo 3
Jérome había sufrido la misma pesadilla que se repetía desde que abandonó Perigueux, la pintoresca ciudad donde había vivido aquel último año lleno de tantos momentos buenos, como malos.
Todavía recuerda cómo sufrió ante la muerte de sus padres hacía apenas un año durante sus vacaciones en Monte Carlo. El velero alquilado el día antes se hundió durante la tormenta veraniega que surgió sin previo aviso. Dos cuerpos salieron a flote a la mañana siguiente, pero sus vidas seguieron ancladas en el fondo del mar junto a aquel velero.
Nunca se ha perdonado dejarlos solos mientras él leía viendo caer la lluvia por los cristales de la habitación del hotel. Todos le dicen que haciendo eso lo único que ha evitado es su propia muerte y que no debe culparse por ello. Pero Jérome sabe que también podría haberlos convencido de no alquilar el maldito velero.
Sin embargo, su pesadilla no tiene nada que ver con sus padres y no merece la pena darle más vueltas  a su muerte.
Aquel mismo año decidió vivir en Perigueux en el antiguo y modesto ático de su abuela, el cual recibió en herencia.
Probó suerte enviando su currículum a varios colegios para ejercer de profesor de escuela, pero todos lo tachaban por su falta de experiencia.
Hasta que una tarde, paseando por las orillas del Isle vio a una chica, unos años mayor que él, sacando de entre los cubos de basura a dos niños. Uno en sus brazos, el otro agarrado de su mano.
Puede rememorar con todo detalle su pelo rojizo y revuelto de aquel día, y sus ojos color avellana mientras se preguntaba internamente si debía ayudarla u olvidar aquel encuentro con la impresionante mujer.
Se sintió tan insignificante y mediocre a su lado. Él, que es un saco de huesos, alto y con unos molestos rizos castaños que siempre  se las arreglan para entorpecerle la vista, no podría tener ninguna posibilidad con alguien así, por mucho dinero que tuviese.
Enseguida se dio cuenta de que no eran sus hijos, comparando su ropa con los harapos de los pequeños.
Decidió ofrecerse a cargar con el más pequeño. Adrianne, así se llama, le explicó mientras cogía al chico más mayor de la mano que dirigía un orfanato a las afueras de la ciudad donde intentaba educar a aquellos pobre niños que no tienen ninguna oportunidad en la vida.
Aquella declaración conmovió profundamente a Jérome y desde ese instante  decidió hacer  todo lo que estuviera en su mano para ayudarla. Tal vez, pensó, la culpabilidad de la muerte de sus padres le diera un respiro haciendo el bien por los demás.
En efecto, aquello fue como un bálsamo que lo devolvió por completo a la vida. Así comenzó a dar sus primeras clases a niños que en su vida había cogido un lápiz. Ellos también le enseñaron mucho, aunque nunca lo reconocería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario