martes, 12 de febrero de 2013

Nunca (Parte 2)


                                              Capítulo 2.

Marta se encuentra en medio de las otras dos personas, cada una en un extremo de su campo de visión. Viste una sudadera oscura y una bandera española que comparte con su compañera de saco (y mejor amiga) le tapa las piernas.
Aún así se estremece, el frío le cala los huesos y ni siquiera puede controlar los temblores cuando acerca las rodillas al pecho.
Las puntas de su pelo castaño asoman por el gorro subido de la sudadera. No es demasiado morena, pero tiene unos ojos castaños profundos y soñadores.
Los acordes tranquilos de una guitarra suenan suavemente en los auriculares de su móvil. No puede creer que haya pasado toda la noche sin dormir, con los ojos cerrados, pensando en lo vivido aquellos días tan intensos en los que se habían sucedido muchas risas, confesiones y lazos de amistad.
 Sin embargo, no todo había sido bueno, Marta también estaba sufriendo ante el descubrimiento de la falsedad que había permanecido escondida durante tanto tiempo en las personas que la rodeaban. Con la dureza del suelo bajo su espalda y los murmullos de los últimos trasnochadores, había tenido tiempo para reflexionar sobre todo aquello, sobre cómo debía dirigir su vida desde aquella noche. De algo estaba segura: Algunas cosas nunca serían como antes. Aquella noche habían aprendido más de lo que todos pensaban.
Aquella noche había sentido decepción y tristeza, pero con la llegada de los primeros rayos de sol, y ante toda aquella serenidad, de repente ya no le parecía tan malo todo lo que le había pasado. Al estar despierta, había podido disfrutar de tan hermosa vista; al mirar a la gente con otros ojos, había aprendido lo que es la verdadera amistad, de la que no lo era. Y lo más importante: al verse tan sola en medio de tanta gente, había descubierto una confianza en sí misma hasta entonces escondida.
Marta sonríe, aunque no sabe muy bien porqué. Se queda así, como una tonta, mirando cómo las estrellas van desapareciendo poco a poco del firmamento y preguntándose si alguna vez volverá a tener una experiencia como aquella, donde el frío deja de importar si puede seguir viendo ese paisaje. Se frota los pies dentro del saco de dormir.
Los acordes de guitarra se marchitan hasta fundirse otra vez con el silencio de la mañana.

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