jueves, 8 de agosto de 2013

Como una ventana abierta

Esta va a ser la última entrada que dedique explícitamente a las virtudes que pienso que todos deberíamos tener en mayor o menor medida. Para acabar, me gustaría hablar sobre algo que mucha gente no sabe ni lo que es, si se come o no se come: la vitalidad.

Cada vez más y más personas se acostumbran a una vida que tiene como eje central la cama o el sofá. Son personas que van arrastrándose por las esquinas, que cada vez que ven una superficie potencialmente buena para tumbarse o sentarse, no pueden reprimir el impulso de hacerlo. Son aquellos que una vez se sientan en tu sofá, es muy difícil convencerlos para que hagan algo por la vida.

Personalmente, eso no lo soporto. Yo podré ser muy cómoda y pasarme una tarde entera tirada en la cama… pero  UNA tarde.

No sé si soy la única, pero estas vacaciones tengo especialmente ganas de salir a espacios abiertos donde pueda mirar hacia todas partes y perderme en el horizonte; de disfrutar de cómo el  Sol me calienta la piel y lo llena todo de un brillo especial cuando se refleja; de la brisa fresca que sopla de cuando en cuando al caer la noche, que me revuelve el pelo y me da escalofríos pero aún así sigue siendo agradable; de contar estrellas a lo “Una Soñadora” en un lugar sin luz que me ayude a permanecer con los ojos bien abiertos tanto tiempo como pueda ante semejante belleza;  de dar largos paseos por el campo maravillándome con el infinito baile de mis amigas las hojas de los árboles; de perderme por las calles de mi propia cuidad o de un lugar desconocido sin prestar demasiada importancia al sentido de la orientación; de nadar hasta que me salgan escamas tanto en el mar como en la piscina, dando volteretas en el agua, haciendo “el muerto” o simplemente nadar y nadar y nadar;  de descubrir sitios nuevos y llevarme un recuerdo de cada uno de ellos, que bien puede ser una foto, una flor, una piedra o una mera servilleta.

Y no me importa hacerlo sola…  pero si tengo la oportunidad de hacer todo eso acompañada de una gran persona, mucho mejor.

Me considero una persona tranquila, que disfruta haciendo cosas tranquilas, pero me gusta más hacer todas esas cosas tranquilas fuera de esas cuatro paredes.

Por ejemplo, cuando veo una ventana abierta, con las cortinas hondeando al viento, siento unas ganas irrefrenables de asomarme al exterior y, una vez lo hago, me imagino todo lo que podría hacer en ese momento si estuviera fuera de casa ¿No os ha pasado nunca?

Realmente no valen escusas, si alguien no quiere salir fuera es porque ha perdido la vitalidad que le quedaba y no porque haga calor, haga frio, llueva o no haya nada que hacer al aire libre.


Siempre se pueden hacer cosas;  siempre hay algo nuevo ahí fuera, esperándote; siempre se puede recuperar la vitalidad; pero, sobre todo, siempre se puede disfrutar como nunca del verano que queda por delante.

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