En la oscuridad y sin ser vista
se posó en un tejado justo en frente del edificio donde aquel humano vivía. Una
luz se encendió dentro y, a través de la ventana, pudo reconocerlo quitándose
el abrigo con el ceño fruncido, como si el ambiente de la ciudad le resultara
tan profundamente asfixiante como a ella. Comenzó a trastear algo que se
encontraba fuera de su campo de visión y los suaves acordes de una guitarra se
desbordaron poco a poco a través de la ventana hasta llegar a sus oídos… “and
she’s buying a stairway to Heaven”. El águila cerró los ojos y se abandonó al
sueño.
A la mañana siguiente esperó
hasta que los rayos de Sol entraran por su ventana y lo despertaran poco a
poco, lo vio entrecerrando los ojos, levantarse lánguidamente y salir de la
habitación, para volver con el pelo mojado y una sudadera gris a medio poner.
Lo observó mientras estudiaba con la música de fondo, cantando con su voz rota,
riéndose cuando aparecía alguna comparsa, hablando solo, escribiendo con su
letra indescifrable, utilizando hasta la más insignificante aplicación de su
IPad, cocinando sosegadamente, disfrutando de cada bocado, viendo “Futurama”,
caminando de esa forma tan peculiar, hablando y riendo con sus compañeros de la
universidad de cuestiones que no llegaba a entender ni la mitad, utilizando sus
respuestas irónicas, bajando la cabeza mientras se retiraba el pelo de la cara
y sonreía cuando alguien lo alagaba, perdiendo la vista en el horizonte a
través de las nubes y los árboles pensando en Dios sabe qué, tal vez en el
bosque, tal vez en ella.
Llegando de nuevo el
atardecer, su humano volvió a conducir
hacia el bosque, como si se tratase de su segundo hogar. Nada más salir del
coche, el águila empezó a revolotear de forma que pudiera verla. Quería que
supiera que sabía lo que era, quería que se diera cuenta de que para ella su
esencia no era una barrera, sino una bendición, quería hablar y decirle que
todo lo que había aprendido de él, de sus debilidades y sus fortalezas, solo
conseguía atraerla aún más a él.
El águila se internó en el
bosque, volando bajo, con la certeza de que él la seguiría. Atravesó un túnel
cubierto de hojas y sobrevoló unas antiguas escaleras de piedra, después se
internó de nuevo en la maleza y por fin llegaron al claro, su claro. El águila
se posó en la roca y dejó que el humano de pasos inseguros y ojos tan verdes
como la montaña se acercara poco a poco, hasta que quedó tan cerca que solo
tuvo que alzar un poco las manos para
acariciar sus plumas suavemente, como si fuera de porcelana.
Entonces el humano susurró una
melodía acompañada de unas palabras: “We’re just two lost souls swimming in a
fishbowl…” Eran parte de una canción de Pink Floyd, y el águila lo sabía muy
bien… ¿Que cómo podía saber eso un águila? Porque ese águila soy yo.
Mi cuerpo cambió mientras él me
acariciaba, volviéndome casi tan alta como él, aunque subida en la piedra aún
conseguía sacarle algunos centímetros. Me miró con profunda comprensión y me
abrazó fuertemente, alzándome de la roca para llevarme al suelo, hundiendo su
cara entre mis rizos, tan oscuros como mi plumaje. Lo abracé por fin,
intentando envolverlo con unas alas que ya no tenía, y sentí su presencia tan
cálida como la mejor prenda de abrigo. Alzó de nuevo la cabeza y nos
encontramos en un beso que se me antojó como el mejor de los manjares, como ese
chocolate que nunca dejarías de probar. En aquel instante supe que tenía al
destino entre mis brazos y que no pensaba soltarlo.
Nos quedamos allí, en el claro,
nuestro claro, y el lobo y el águila, con nosotros.
Quéhermoso, que tierno,imagino la emoción que debe sentir aquel a quien va destinado este regalo. Qué felicidad debe sentir.
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