No sé porqué, pero últimamente le
estoy cogiendo el gusto a pasar las tardes en mi terraza.
Cada día hago algo distinto: hoy
por ejemplo he escuchado canciones ñoñas mientras me zampaba un donut, otro día
me tumbo a tomar el sol, a veces salgo cuando ya es de noche para contemplar la
luna…
Supongo que siempre me ha llamado
la atención lo bonito y relajante: como el susurro de las hojas y los reflejos
que crean cuando el viento las mece y el sol las roza… o la luna llena cuando
brilla tanto que duele mirarla, mientras las solitarias estrellas intentan sacarme una sonrisa…
Sí, lo sé, puede sonar muy cursi.
Pero así soy yo, romántica hasta la médula.
También suelo quedarme
mirando por una ventana, intentando
buscar lo bello en cualquier paisaje, y la gente me mira como si estuviera loca (es normal,
sonreir a la nada no es muy cuerdo). Pero es muy egoísta cuando intentan
devolverme a la cruda realidad sacudiendo la mano frente al bonito paisaje,
borrando los pensamientos que pasaban por mi cabeza.
Después no me queda más que
reirme por lo rara que soy. Pero no creo que puedan quitarme esta costumbre
nunca.
Y cuando todo lo demás falle,
siempre me quedará la vista de mi terraza, tan conocida e inesperada al mismo
tiempo.
Antes de nada, me siento y miro al cielo, estudio la forma de las nubes,
la velocidad a la que se mueven, el llamativo color azul que se cuela entre
ellas y me hace pensar en lo infinitamente lejano. Cuando me canso, vuelvo a
mirar las pequeñas hojas del árbol de al lado y las del árbol del otro lado de
la calle y me fijo en las cursilerías que he explicado anteriormente. También
observo la farola más cercana (aún sin encender), porque de vez en cuando
asoman desde el interior unas tórtolas que llevan allí desde que empecé a subir
a esta terraza, y te aseguro que no fue ayer.
Después me concentro en el vuelo
de los pajarillos oscuros que siempre rondan cerca, sin un aparente rumbo fijo.
Los mismos que en muchas primaveras de mi vida me han despertado cuando todavía
era demasiado temprano. Los mismos a los que envidio por poder volar tan alto,
por no tener preocupaciones, por pensar
solo en la dirección del viento, por rozar las nubes con la punta de sus alas…
En ese momento solo pienso en mi
vida y en lo bonito que es el cielo. No tengo que preocuparme por lo que
tendría que estar haciendo o por lo que pueden pensar por verme mirando los
pajaritos mientras muevo la boca cantando para mis adentros como si me
estuvieran grabando. En ese momento me siento otro pájaro oscuro.
Lo más bonito y triste a la vez
sucede cuando el sol está a punto de esconderse y los reflejos dorados del sol
se vuelven aún más cautivadores sobre mis queridas hojas; pero con el sol se va el calor y el viento frío
que surge de la nada me hace volver a la realidad, recordándome que mi
escondite debe esperarme otra tarde más.
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