Estoy tan aburrida…
Me duermo… mi mente se va tan
lejos que ni siquiera puedo sostener el lápiz y pensar con coherencia a la vez.
Centro toda mi atención en no dormirme.
Mis ojos se cierran poco a poco, me cuesta separar los párpados y,
cuando muevo la cabeza, parece que las imágenes no quieren quedarse atrás,
mientras las nuevas permanecen recelosamente borrosas.
Es tan extraño… no poder
centrarse en una voz cuando intentas con todas tus fuerzas hacer de la clase de
filosofía algo entretenido. Pero no puedo, es imposible, me pesa la cabeza,
tengo ganas de recostarme en mis brazos sobre la mesa y cerrar los ojos sin
importar lo demás, solo cinco minutos… ¿Qué podría soñar?
Ojala estuviera en una playa
desierta, tirada en la arena, escuchando el sonido de las olas al romper en la
orilla.
Al menos no soy la única que
sueña, un chico acaba de soltar un bufido mientras se golpea suavemente a ambos
lados de la cara, enfocando la vista; otros realmente están prestando atención,
los envidio, no podría estar con ellos por mucho esfuerzo que pusiera.
Intento escribir para que pase el
tiempo, ya que me duelen los dedos de haberme quitado la pintura de uñas; dibujar
ahora solo hace que me entre más sueño.
De vez en cuando capto una parte
de la charla, pero soy incapaz de mantenerme así durante más de tres minutos,
es como cuando te pierdes el principio de una película y te quedas mirando
imágenes sin sentido, sin comprender realmente de qué iba la historia hasta que
se encienden las luces (aunque en mi caso, hasta que suene la campana).
El tiempo no pasa, el reloj va en
mi contra; cada vez que lo observo parece estar burlándose de mí con la risa de
su segundero, destrozando mis ilusiones.
Tengo alguien al lado que me mira
pensando cómo puedo escribir tanto en una clase de filosofía. Pero de repente
es esa persona la que escribe, solo que
ella sí está escribiendo lo que debería, mientras que yo no; y también está
despertando mi preocupación sobre si esta clase se ha tornado importante sin yo
darme cuenta.
De todas formas ya no puedo hacer
más que seguir cavilando con la esperanza de aclarar las ideas más tarde. Al
menos por el momento, mis ojos se han
vuelto a abrir completamente, pero sigo captando anotaciones que no llevan a
ninguna parte.
El tiempo empieza a sonreírme,
pero no por eso hará que me guste, odio el tiempo. El tiempo juega con nosotros
de una forma que me intimida: cuando deseas que se detenga (como cuando te despiertas un lunes a las
seis de la mañana), hace todo lo contrario, mientras que cuando quieres que
pase rápido (como cuando te encuentras en la cola del súper y sabes que va para
largo), lo único que puedes hacer para conseguirlo es dormir.
En resumen, el tiempo juega con
nosotros, así es como se divierte; y a nosotros nos toca lidiar con ello de la
mejor forma posible, en mi caso, escribiendo hasta que suene la campana.
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