miércoles, 27 de febrero de 2013

Nunca (Parte 4).


Adrianne era simplemente maravillosa, cada día a su lado era una aventura en aquel orfanato, acompañado de su sonrisa brillante.
Cualquiera estaría ciego si no se percataba de la química entre ambos. Justo antes de viajar a Madrid se había armado del valor suficiente para decirle lo mucho que la quería. Ella había reconocido su admiración por él y el cariño que le había cogido en tan poco tiempo, por eso mismo, no se atrevía a empezar una relación de ese calibre.
Adrianne le pidió estos días para pensar, y desde entonces su pesadilla se repite cada noche: Ambos están pasando una agradable velada, navegando en un velero por las aguas de mediterráneo, todo parece perfecto cuando inesperadamente una tormenta los arrastra hasta el agua.  Los truenos se tornan amenazantes. Sus manos se rozan por un leve instante antes de que una ola amenazante la aparte de su lado, mientras él nada desesperadamente sin volver a tener un rastro de ella. Gritando su nombre hasta desgañitarse.
Mientras se seca el sudor frío de la frente, intenta volver a respirar con tranquilidad. Su pulso vuelve a su estado normal y poco a poco deja de escuchar el estresante sonido  de las olas. Mira a su alrededor, deduciendo que debe ser muy temprano porque solo ve a otras dos personas sentadas como él, observando cómo todos duermen. Y en ese momento piensa si ellos habrán dormido aquella noche, y los envidia si no lo han hecho.
Cuando se gira hacia el escenario, la luz del alba le entorpece la vista, pero unos segundos después puede ver con claridad y la imagen de aquel cielo le recuerda tanto al cabello de Adrianne que vuelve otra vez a pensar en ella.
¿Habrá pensado en él durante aquellos días? ¿Tendrá ya una respuesta? Y de ser así ¿por qué aún no le ha llamado? ¿Su amistad se verá en peligro si obtiene un no?
Demasiadas dudas, demasiados miedos, la espera le quema por dentro pero no puede hacer nada que cambie los sentimientos de su amiga.
De todas formas, piensa Jérome con tristeza, no alberga demasiadas esperanzas y por si acaso ya ha sacado un billete de tren que le devolverá a París y lo alejará de los que se convertirán en tristes recuerdos sobre Adrianne por las calles de Perigueux.
Cierra los ojos y se abandona al silencio que lo rodea. Es mejor no darle vueltas a lo inevitable.

viernes, 15 de febrero de 2013

Nunca (Parte 3).


Capítulo 3
Jérome había sufrido la misma pesadilla que se repetía desde que abandonó Perigueux, la pintoresca ciudad donde había vivido aquel último año lleno de tantos momentos buenos, como malos.
Todavía recuerda cómo sufrió ante la muerte de sus padres hacía apenas un año durante sus vacaciones en Monte Carlo. El velero alquilado el día antes se hundió durante la tormenta veraniega que surgió sin previo aviso. Dos cuerpos salieron a flote a la mañana siguiente, pero sus vidas seguieron ancladas en el fondo del mar junto a aquel velero.
Nunca se ha perdonado dejarlos solos mientras él leía viendo caer la lluvia por los cristales de la habitación del hotel. Todos le dicen que haciendo eso lo único que ha evitado es su propia muerte y que no debe culparse por ello. Pero Jérome sabe que también podría haberlos convencido de no alquilar el maldito velero.
Sin embargo, su pesadilla no tiene nada que ver con sus padres y no merece la pena darle más vueltas  a su muerte.
Aquel mismo año decidió vivir en Perigueux en el antiguo y modesto ático de su abuela, el cual recibió en herencia.
Probó suerte enviando su currículum a varios colegios para ejercer de profesor de escuela, pero todos lo tachaban por su falta de experiencia.
Hasta que una tarde, paseando por las orillas del Isle vio a una chica, unos años mayor que él, sacando de entre los cubos de basura a dos niños. Uno en sus brazos, el otro agarrado de su mano.
Puede rememorar con todo detalle su pelo rojizo y revuelto de aquel día, y sus ojos color avellana mientras se preguntaba internamente si debía ayudarla u olvidar aquel encuentro con la impresionante mujer.
Se sintió tan insignificante y mediocre a su lado. Él, que es un saco de huesos, alto y con unos molestos rizos castaños que siempre  se las arreglan para entorpecerle la vista, no podría tener ninguna posibilidad con alguien así, por mucho dinero que tuviese.
Enseguida se dio cuenta de que no eran sus hijos, comparando su ropa con los harapos de los pequeños.
Decidió ofrecerse a cargar con el más pequeño. Adrianne, así se llama, le explicó mientras cogía al chico más mayor de la mano que dirigía un orfanato a las afueras de la ciudad donde intentaba educar a aquellos pobre niños que no tienen ninguna oportunidad en la vida.
Aquella declaración conmovió profundamente a Jérome y desde ese instante  decidió hacer  todo lo que estuviera en su mano para ayudarla. Tal vez, pensó, la culpabilidad de la muerte de sus padres le diera un respiro haciendo el bien por los demás.
En efecto, aquello fue como un bálsamo que lo devolvió por completo a la vida. Así comenzó a dar sus primeras clases a niños que en su vida había cogido un lápiz. Ellos también le enseñaron mucho, aunque nunca lo reconocería.

martes, 12 de febrero de 2013

Nunca (Parte 2)


                                              Capítulo 2.

Marta se encuentra en medio de las otras dos personas, cada una en un extremo de su campo de visión. Viste una sudadera oscura y una bandera española que comparte con su compañera de saco (y mejor amiga) le tapa las piernas.
Aún así se estremece, el frío le cala los huesos y ni siquiera puede controlar los temblores cuando acerca las rodillas al pecho.
Las puntas de su pelo castaño asoman por el gorro subido de la sudadera. No es demasiado morena, pero tiene unos ojos castaños profundos y soñadores.
Los acordes tranquilos de una guitarra suenan suavemente en los auriculares de su móvil. No puede creer que haya pasado toda la noche sin dormir, con los ojos cerrados, pensando en lo vivido aquellos días tan intensos en los que se habían sucedido muchas risas, confesiones y lazos de amistad.
 Sin embargo, no todo había sido bueno, Marta también estaba sufriendo ante el descubrimiento de la falsedad que había permanecido escondida durante tanto tiempo en las personas que la rodeaban. Con la dureza del suelo bajo su espalda y los murmullos de los últimos trasnochadores, había tenido tiempo para reflexionar sobre todo aquello, sobre cómo debía dirigir su vida desde aquella noche. De algo estaba segura: Algunas cosas nunca serían como antes. Aquella noche habían aprendido más de lo que todos pensaban.
Aquella noche había sentido decepción y tristeza, pero con la llegada de los primeros rayos de sol, y ante toda aquella serenidad, de repente ya no le parecía tan malo todo lo que le había pasado. Al estar despierta, había podido disfrutar de tan hermosa vista; al mirar a la gente con otros ojos, había aprendido lo que es la verdadera amistad, de la que no lo era. Y lo más importante: al verse tan sola en medio de tanta gente, había descubierto una confianza en sí misma hasta entonces escondida.
Marta sonríe, aunque no sabe muy bien porqué. Se queda así, como una tonta, mirando cómo las estrellas van desapareciendo poco a poco del firmamento y preguntándose si alguna vez volverá a tener una experiencia como aquella, donde el frío deja de importar si puede seguir viendo ese paisaje. Se frota los pies dentro del saco de dormir.
Los acordes de guitarra se marchitan hasta fundirse otra vez con el silencio de la mañana.

domingo, 3 de febrero de 2013

Nunca (Parte 1)


Esto es una cosilla que se me ocurrió gracias a mi experiencia en la JMJ2011, en Madrid. Como es muy larga, la iré poniendo poco a poco... para darle más emoción al asunto...  Aquí os dejo un adelanto:

Capítulo 1. Prefacio.
Cuatro vientos, cuatro de la mañana. Miles y miles de personas cansadas después de una noche de tormenta y fuertes emociones.
Todas duermen manteniendo un silencio inquebrantable ante las primeras luces del alba, que comienzan a asomar por detrás del gran escenario blanco donde Benedicto XVI se pronunció hace solo unas horas.
De todas esas miles de personas, sólo tres destacan entre la multitud; tres jóvenes que permanecen despiertos a pesar del cansancio y el extraño frío que ha surgido a mediados de agosto. Sentados en sus esterillas miran de un lado a otro, percatándose de la mágica quietud que los rodea: ni un murmullo, ni el sonido de los pájaros, ni un ruido de coche.
 Están lejos unos de otros, tanto, que apenas se distinguen las caras. Nunca han hablado, nunca han cruzado una mirada, y sin embargo, algo en su interior les dice que están conectados; y se sienten como una parte importante de un selecto grupo gracias al cual ahora contemplan la misma inmensidad del mar en calma de personas que los envuelve. Cada una de sus preocupaciones se ha esfumado en esos breves instantes en los que sus vidas han decidido encontrarse…