jueves, 25 de julio de 2013

La optimista de incógnito


Hay una cosa curiosa de la que no sé si el mundo se ha dado cuenta: La relación de amor-odio entre el ser humano y el hecho de ilusionarse.


Muchas personas intentan no ilusionarse, pero lo hacen; otras no lo hacen y viven tristes porque no tienen sueños; y otras viven en una completa ensoñación y realmente creen que el mundo es como ellos lo imaginan.

El caso es que no podemos vivir con ellas ni sin ellas.

Las ilusiones están estrechamente relacionadas con el optimismo y el pesimismo, el vaso medio lleno o medio vacío.

Como se dice en la cultura popular: los pesimistas son optimistas con experiencia, es decir, que las personas que deciden amargarse y no ilusionarse por nada deciden actuar de esta forma porque en algún momento de sus vidas se ilusionaron demasiado por algo, produciéndose más tarde el caso contrario y originándose así una desilusión crónica.

Aunque también es cierto que existen personas desilusionadas de nacimiento.

Desde mi perspectiva, me considero una pesimista que se rebela de su condición y que siempre acaba ilusionándose aunque solo desee hacerlo en lo más escondido de su ser. Puede ser miedo, puede ser experiencia.

A diario se presentan ocasiones que me hacen ilusionarme y pienso: “No… imposible, qué va, ¿cómo va a suceder eso?”.

Después, si sucede como lo planeó mi parte optimista, me sorprendo, me alegro y soy algo más feliz.
En el caso contrario, pensaré que eso era lo que me temía, intentando que no me afecte, pero es el fondo me desilusiona.

Así que, pensándolo bien, puede que, en vez de ser una pesimista inconformista, sea una optimista de incógnito que no puede evitar desilusionarse en muchas ocasiones.

¿Mi consejo? Creo que siempre es bueno tener ilusiones ¿Qué sería de nuestra vida si no existieran las ilusiones, los sueños y las metas? Cierto es que la vida misma nos hará mirar muy alto hacia el cielo para después ponernos  la zancadilla. Pero no siempre es así.

De manera que, si bien no podemos tener la felicidad todo el tiempo, siempre valdrá más la pena arriesgarla para perderla o ganarla de vez en cuando que enterrarla para siempre bajo el miedo y el pesimismo.


Como dice el refrán: “Quien no arriesga, no gana”.



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