miércoles, 31 de julio de 2013

Palabras vacías


Creo que voy a empezar a adoptar la costumbre de escribir a estas horas de la noche porque me estoy dando cuenta de que me es más inspirador.

A diferencia de la noche anterior, esta vez no he tomado Nestea ni nada que se le parezca, hace el típico calor al que nunca acabaré de acostumbrarme y hoy sí puedo ver las estrellas; pero solo diré de ellas que he aplicado el método de la paciencia que ya expliqué en una entrada anterior  y, lo que al principio eran 3 estrellas, han acabado siendo 22 (por si te preguntas si las he contado de verdad o he puesto un número al azar: sí, las he contado).

Y esta noche me acompaña la música de Manolo García, ya os mostraré mi canción favorita.

Sin más preámbulos, me gustaría escribir sobre una de las virtudes que más aprecio en alguien y que busco conseguir, si no por completo, en lo máximo que pueda: la honestidad.

No he escrito “sinceridad” porque la palabra “honesto” denota en mí un grado de mayor… virtud. No sé explicarlo, y eso ya es raro.

Un ejemplo que me explique podría ser el caso de alguien que te dice de todo menos bonito a la cara y luego añade: “es que soy una persona sincera”. Sí, sincera, pero no honesta. Una persona honesta no se limitaría a decirlo sino que lo argumentaría y utilizaría un vocabulario más apropiado y menos hiriente que el que utilizaría una persona sincera; o al menos, es a esa virtud a la que me quiero referir, llamadlo como queráis.

El problema descansa en que muchas veces no somos capaces de ser honestos, como si nos diera  miedo. Este miedo puede provenir de muchos sitios distintos: aceptación social, inseguridad, pena (he aquí la “mentira piadosa”), falta de tiempo (cuando nos inventamos cualquier escusa con tal de que nos dejen en paz) o,  simplemente, vergüenza.

No creo que haya muchas personas en el mundo, por no decir ninguna, que no haya dicho alguna mentira en su vida. Todos somos mentirosos, en mayor o menor medida, todos hemos sentido miedo alguna vez en nuestras vidas, sea por la causa que fuere. Yo misma me considero una mentirosa pero, solo por reconocerlo, supongo que ya me acerco a la honestidad.

Cada vez creo más en eso que dicen acerca de que “la verdad hay que decirla aunque duela”, pero yo añado “pero siempre de la forma que menos duela”.  ¿Por qué? Porque nos lo merecemos.

 Todos deberíamos tener el derecho a no ser engañados. Ya que nunca podremos saber la Verdad absoluta, por lo menos deberíamos ayudarnos a ser conscientes de nuestra realidad más cercana o, al menos, que las personas que queremos y nos importan sean merecedoras de nuestra honestidad.


Vuelvo a repetir que soy una mentirosa, no puedo ser completamente honesta pero, por el momento, confío en acercarme cada vez más a ello.

 Solo te pido que la próxima vez que vayas a soltar una mentira, pienses si esa persona realmente merece escuchar de tu boca esas palabras vacías y si te gustaría que ella hiciera lo mismo por ti. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario