martes, 21 de mayo de 2013

Tan normal, tan nuevo, tan brillante como siempre.



“Estaba caminando como cualquier otro día por mi casa, con las ventanas de siempre, las fotos de siempre, las cortinas de siempre… cuando de repente encontré una puerta que nunca había estado allí, era una puerta distinta a las demás  de mi casa: de una belleza exquisita, tal y como yo habría decorado una puerta. Estaba entreabierta, invitándome a entrar; al otro lado no podía verse nada y tal vez fue por eso o por el halo de misterio que despertaba en mí, pero decidí entrar.
Al otro lado de la puerta me encontré con un reflejo de mi casa, mis ventanas, mis fotos, mis cortinas… pero todo permanecía en una oscuridad que tendía a la penumbra. Era atrayente, me envolvía, me hacía sentir segura en aquel lado de la puerta; de hecho, me sentía tan bien que llegué a olvidarme que existía algo que no fuera aquel reflejo, aquel mundo al otro lado de la puerta, llegué a olvidar hasta la existencia del lugar anodino del que venía. Mis ojos se acostumbraron demasiado rápido a la nueva penumbra, pues me encantaba la forma en que podía desenvolverme, la forma de mirar, de pensar… Podría decir incluso que estaba en paz allí dentro. Perdí la noción del tiempo, no recuerdo cuál fue el momento exacto en el que me percaté de que la cálida oscuridad no era tan cálida, ni tan segura, ni tan en calma como yo creía. Por las noches sentía cómo me rodeaba el cuello, me llenaba los pulmones y me dejaba sin oxígeno. Fue en una de esas últimas noches que dejé de creer en las hermosas fábulas que escuchaba entre las esquinas. Sólo me hizo falta proponérmelo para encontrar la puerta tan bonita como la recordaba, que siempre había estado ahí abierta esperando mi regreso.
Cuando la abrí, la luz me bañó por completo y me di cuenta de la forma tan perfecta en que me rodeaba y se adaptaba a mi alrededor, en que se filtraba por las cortinas, se reflejaba en las fotos y envolvía mi casa de una calidez tan alegre, pura y viva que no podía imaginarme cómo no pude darme cuenta de lo brillante que era este lugar de siempre.
Allí descubrí esos tonos brillantes que siempre me habían acompañado hasta que yo misma decidí dejarlos atrás. Ahora esa puerta tan bella sigue ahí, abierta de par en par y con su característica penumbra, pero ahora ha perdido toda su fuerza.”
Es la mejor  metáfora que se me ha ocurrido para daros a entender las conclusiones a las que he llegado últimamente.
Me fui apagando, me fui separando de mí, de mi alegría, mi ilusión, mi curiosidad, mi razón…
Ahora que he vuelto a encontrarlos me siento como si me hubieran quitado una venda, como si estuviera redescubriéndolo todo.
Ayer, por ejemplo, iba caminando por la calle cuando me sorprendí a mí misma apreciando la belleza de las nubes y sonriéndole al cielo ¿Sabéis cuánto tiempo había pasado desde que no hacía eso? Es raro, sí; pero normal en mí después de todo.

2 comentarios:

  1. Miré hacia la puerta esperando volver a verte. Si no entré a buscarte es porque comprendí que allí solo tú podrías entrar. Confié en que la belleza triunfara y que tú entenderías que eras parte e ella. Siempre. Ojalá la luz también ilumine el otro lado de la puerta... SERÌA HERMOSO PODER VERTE FELIZ a ambos lados.

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  2. Eso espero, que algún día venga alguien y me ayude a iluminarlo. Mientras tanto me siento bien en este lado :)

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