“Estaba caminando como cualquier
otro día por mi casa, con las ventanas de siempre, las fotos de siempre, las
cortinas de siempre… cuando de repente encontré una puerta que nunca había
estado allí, era una puerta distinta a las demás de mi casa: de una
belleza exquisita, tal y como yo habría decorado una puerta. Estaba entreabierta,
invitándome a entrar; al otro lado no podía verse nada y tal vez
fue por eso o por el halo de misterio que despertaba en mí, pero
decidí entrar.
Al otro lado de la puerta me
encontré con un reflejo de mi casa, mis ventanas, mis fotos, mis cortinas… pero
todo permanecía en una oscuridad que tendía a la penumbra. Era atrayente, me envolvía, me hacía sentir segura en aquel lado de la puerta; de
hecho, me sentía tan bien que llegué a olvidarme que existía algo que no fuera
aquel reflejo, aquel mundo al otro lado de la puerta, llegué a olvidar hasta la
existencia del lugar anodino del que venía. Mis ojos se acostumbraron
demasiado rápido a la nueva penumbra, pues me encantaba la forma en que podía
desenvolverme, la forma de mirar, de pensar… Podría decir incluso que
estaba en paz allí dentro. Perdí la noción del tiempo, no recuerdo cuál fue el
momento exacto en el que me percaté de que la cálida oscuridad no era tan
cálida, ni tan segura, ni tan en calma como yo creía. Por las noches sentía
cómo me rodeaba el cuello, me llenaba los pulmones y me dejaba sin oxígeno. Fue
en una de esas últimas noches que dejé de creer en las hermosas fábulas que
escuchaba entre las esquinas. Sólo me hizo falta proponérmelo para encontrar la
puerta tan bonita como la recordaba, que siempre había estado ahí abierta esperando
mi regreso.
Cuando la abrí, la luz me bañó
por completo y me di cuenta de la forma tan perfecta en que me rodeaba y se adaptaba a mi alrededor, en que se
filtraba por las cortinas, se reflejaba en las fotos y envolvía mi casa de una
calidez tan alegre, pura y viva que no podía imaginarme cómo no pude darme cuenta
de lo brillante que era este lugar de siempre.
Allí descubrí esos tonos brillantes que siempre me habían acompañado hasta que yo misma
decidí dejarlos atrás. Ahora esa puerta tan bella sigue ahí, abierta de par en
par y con su característica penumbra, pero ahora ha perdido toda su fuerza.”
Es la mejor metáfora que se me ha ocurrido para daros a
entender las conclusiones a las que he llegado últimamente.
Me fui apagando, me fui separando
de mí, de mi alegría, mi ilusión, mi curiosidad, mi razón…
Ahora que he vuelto a encontrarlos
me siento como si me hubieran quitado una venda, como si estuviera redescubriéndolo
todo.
Ayer, por ejemplo, iba caminando
por la calle cuando me sorprendí a mí misma apreciando la belleza de las nubes
y sonriéndole al cielo ¿Sabéis cuánto tiempo había pasado desde que no hacía
eso? Es raro, sí; pero normal en mí después de todo.
Miré hacia la puerta esperando volver a verte. Si no entré a buscarte es porque comprendí que allí solo tú podrías entrar. Confié en que la belleza triunfara y que tú entenderías que eras parte e ella. Siempre. Ojalá la luz también ilumine el otro lado de la puerta... SERÌA HERMOSO PODER VERTE FELIZ a ambos lados.
ResponderEliminarEso espero, que algún día venga alguien y me ayude a iluminarlo. Mientras tanto me siento bien en este lado :)
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